Alberto Vazquez Figueroa - Sicario.pdf - LaFamilia.info
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<strong>Sicario</strong>. <strong>Alberto</strong> Vázquez-<strong>Figueroa</strong> 42<br />
Esa noche no pude pegar ojo de pura excitación, tan feliz como creo que<br />
no lo había estado jamás anteriormente.<br />
Tendría poco más de doce años, pero era la primera vez que<br />
demostraba que era algo más que un «gamín» de basurero o un sucio<br />
perro al que se puede apalear impunemente.<br />
Ya era un hombre.<br />
¡Un hombre! ¡Qué idea tan estúpida, señor, tan falta de sentido! Aquella<br />
noche no sólo no nos convertimos en hombres, sino que incluso<br />
empezamos a dejar de pertenecer a la subespecie de los «gamines» o<br />
los perros.<br />
A partir de aquel momento fuimos ratas.<br />
Se desató la represión, señor, se abrió la veda del niño mendigo, ladrón<br />
o abandonado, porque alguien llegó a la conclusión de que era una lacra<br />
para el país tanta misera como mostrábamos al mundo.<br />
A algunos los enviaron a «Casas de Acogida» o «Colonias Infantiles» en<br />
el campo, que no eran en realidad más que reformatorios que nada<br />
tenían que envidiar a un penal de asesinos, y en los que la «virginidad»<br />
duraba el tiempo justo de tener que levantarse del asiento.<br />
Lo primero que tenían que hacer los chicos si querían seguir vivos era<br />
darle el culo o acceder a chupársela a los más grandes, y al que salía<br />
«gallito» le abrían la barriga y le anudaban las tripas en el cogote a<br />
modo de corbata.<br />
Pregunte por ahí a quien haya estado, aunque dudo mucho que<br />
encuentre ya ninguno.<br />
Yo conocía a un par de ellos y quizá salgan a relucir más adelante si es<br />
que aún le continúa interesando lo que pienso contarle.<br />
La voz de lo que ocurría en los asilos corrió pronto por la ciudad, y todos<br />
cuantos no teníamos el más mínimo interés por convertirnos en maricas<br />
corrimos a escondernos.<br />
Te echaban el lazo como a un perro.<br />
Estabas tan tranquilo en una esquina pidiendo una limosna sin meterte<br />
con nadie y de pronto un «hijo-e-madre» te agarraba por el pescuezo y<br />
al instante aparecía una camioneta azul y te zampaban dentro.<br />
A Ramiro lo atraparon a la puerta del cine, pero le arreó tal tajo en el<br />
brazo al fulano que lo soltó en el acto.<br />
Ramiro era rápido con la navaja. ¡Muy rápido! La llevaba siempre aquí,<br />
escondida en la muñeca y en un abrir de ojos tiraba un viaje que hacía<br />
daño a juro.