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Buenos Dias Espiritu Santo - Cristianos

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salvación que se abría. Era como si nunca antes hubiera<br />

leído la Biblia. Oh, amigo, está era viva. Las palabras fluían<br />

del manantial, y bebí libremente de ella.<br />

Finalmente, a las tres o cuatro de la mañana, con una<br />

paz suave que nunca antes había conocido, me quedé<br />

dormido.<br />

PERTENECIENDO<br />

El día siguiente en la escuela yo busqué a aquellos<br />

"fanáticos" y les dije: "Oigan, me gustaría que me llevaran<br />

a la iglesia de ustedes". Ellos me hablaron de una fraternidad<br />

semanal a la que asistían y me ofrecieron llevarme,<br />

dos días más tarde.<br />

Aquel jueves en la noche me encontré en "Las<br />

Catacumbas". Así ellos la llamaban. El servicio era igual<br />

que la reunión de oración de aquella mañana en el colegio<br />

—la gente levantaban las manos, adorando al Señor. En<br />

esta ocasión me uní a ellos.<br />

"Jehová jire, mi proveedor, Su gracia es suficiente<br />

para mf', cantaron una y otra vez. Me gustó aquella canción<br />

desde el primer momento que la oí, y me gustaba aun más<br />

cuando supe que fue escrita por la esposa del pastor, Merla<br />

Watson. Su esposo era el pastor de este rebaño tan<br />

extraordinario.<br />

Las Catacumbas no era una iglesia típica. La gente<br />

que asistía era una multitud de cristianos exhuberantes que<br />

se reunían todos los jueves por la noche en la Catedral de<br />

San Pablo, una iglesia anglicana en el centro de Toronto.<br />

Estos eran días del "Movimiento de Jesús" cuando<br />

los llamados "Hippies" se estaban salvando más rápido de<br />

que lo que les llevaba cortarse el pelo. Imagínate, yo<br />

tampoco había visto una silla de barbero en largo tiempo.<br />

Miré alrededor. El lugar estaba llenos de jóvenes<br />

como yo. Era digno de verse. Saltaban para arriba y para<br />

abajo, danzando y cantando alegres al Señor. Era difícil<br />

para mí creer que un lugar como aquel existiera en verdad.<br />

Pero de alguna manera, desde aquella primera noche, yo<br />

sentí que pertenecía a aquel grupo.<br />

"Sube allá"<br />

Al concluir la reunión, Merv Watson dijo: "Quiero que<br />

todos ustedes, los que desean hacer una confesión pública<br />

de sus pecados, pasen al frente. Vamos a orar con ustedes<br />

mientras le dicen a Cristo que venga a su corazón".<br />

Yo comencé a estremecerme y a temblar. Pero pensé:<br />

"Yo no tengo que ir allá, porque ya estoy salvo". Sabía que<br />

el Señor se había hecho cargo de mi vida a las ocho menos<br />

cinco del lunes en la mañana. Y ese día era jueves.<br />

En unos segundos me encontré caminando hacia el<br />

frente por el pasillo tan rápido como pude. No sabía del<br />

todo por que lo hacía. Pero algo dentro de mí me estaba<br />

diciendo: "Sube allá".<br />

Fue en aquel momento, en un servicio carismático en<br />

una iglesia anglicana, que este pequeño buen católico de un<br />

hogar de la iglesia ortodoxa hizo una confesión pública de<br />

su aceptación de Cristo. "Jesús", dije yo, "te pido que seas<br />

el Señor de mi vida".<br />

La Tierra Prometida no se podía comparar a esto.<br />

Cuánto mejor estar donde Jesús estaba, que donde el había<br />

estado.<br />

Aquella noche cuando llegué al hogar, estaba tan<br />

lleno de la presencia del Señor, que decidí decirle a mi<br />

mamá lo que había pasado (No tuve el valor de decírselo a<br />

mi papá).<br />

"Mamá, tengo que compartir algo contigo", le susurré.<br />

"¡He sido salvado!"<br />

En un momento decayó su semblante. Me miró y dijo<br />

claramente, "¿Salvado de qué?"<br />

"Confía en mf —le dije. "Tú entenderás".<br />

El viernes en la mañana y todo el día —en la escuela,<br />

en el kiosco, en todo lugar adonde iba, una visión continuaba<br />

delante de mí. Me veía predicando. Era increíble,<br />

pero no la podía dejar. Veía las multitudes. Y allí estaba yo,<br />

con un traje, mi cabello bien arreglado y limpio, predicando<br />

con vehemencia.<br />

Aquel día encontré a Bob, mi amigo "raro", que una<br />

vez había cubierto las paredes del kiosco con versículos de<br />

la Escritura. Yo le conté sólo un poco de lo que había<br />

pasado esa semana. Y le dije que aun me veía predicando.<br />

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