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La habitación del miedo - El despertar de los muertos

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MIEDO MERCANTILISTA<br />

Me aterra pensar en las empresas. Me refiero a<br />

las gran<strong>de</strong>s, las monstruosas, las que mueven la economía.<br />

Pensar en lo que son y en lo que yo soy para ellas. <strong>El</strong>las,<br />

terribles. Yo, para ellas, insignificante. <strong>El</strong>las monstruos<br />

con mil ojos y billones <strong>de</strong> dólares. Capaces <strong>de</strong> controlar<br />

gobiernos y países enteros. Más terribles aún que el<br />

temible y acongojante estado. Si el último tristemente<br />

necesario, las primeras tan inevitables como<br />

prescindibles. Uno pue<strong>de</strong> pensar en el estado –si es un<br />

ingenuo o un optimista- como el papá proveedor o el<br />

vigilante <strong>de</strong> las normas y la seguridad. ¿Cómo pensar algo<br />

así <strong>de</strong> las empresas? Por más que se nos pretenda<br />

integrar en ellas y sus estructuras, por más que se nos<br />

quieran ven<strong>de</strong>r como entes amables y próximos, no son<br />

otra cosa que monstruos <strong>de</strong> producir dinero, capaces <strong>de</strong><br />

justificar lo injustificable a cambio <strong>de</strong> un incremento en<br />

<strong>los</strong> beneficios, inaccesibles al <strong>de</strong>sánimo, ajenas a la ley –<br />

si el dinero pue<strong>de</strong> controlarla o saltársela a la torera- y<br />

carentes <strong>de</strong> conciencia o remordimiento.<br />

Para ellas yo soy, en el mejor <strong>de</strong> <strong>los</strong> casos, un<br />

consumidor. En el peor, un enemigo o alguien a quien lavar<br />

el cerebro.<br />

En el mejor <strong>de</strong> <strong>los</strong> casos la empresa está bajo<br />

control –muy relativo- y todavía hay hombres con<br />

conciencia a su cargo. En el peor <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, la empresa está<br />

más allá <strong>de</strong> sus miembros. Lo más tangible <strong>de</strong> ella son sus<br />

acciones y sus empleados son meras máquinas obedientes<br />

<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> imposible crecimiento al infinito.<br />

¿Cómo escapar entonces a la chaplinesca escena<br />

<strong>de</strong> Charlot <strong>de</strong>vorado entre <strong>los</strong> engranajes <strong>de</strong> la máquina?<br />

EL HOMBRE DE TUS SUEÑOS<br />

Que el hombre perfecto no existe es algo que<br />

Amanda siempre supo. Que no hay príncipes azules ni<br />

seres angelicales y cándidos que hagan suspirar a las<br />

mujeres. Y aunque <strong>los</strong> hubiera, las mujeres <strong>los</strong> ignorarían.<br />

Amanda no era tan ingenua como para esperar una quimera<br />

y procuraba aferrarse a la cruda realidad. Lo que no<br />

evitaba que, una vez tras otra, el <strong>de</strong>sencanto sucediera a<br />

la irracional alegría <strong>de</strong> cada nueva pasión.<br />

Amanda no esperaba conocer a su hombre i<strong>de</strong>al,<br />

puesto que no creía en su existencia, pero tampoco<br />

<strong>de</strong>seaba caer en la resignación. No estaba dispuesta a<br />

cargar con un cualquiera por el mero hecho <strong>de</strong> que le<br />

pusiera ojitos o la sacase, momentáneamente, <strong>de</strong> la<br />

soledad y el aburrimiento. Por <strong>de</strong>sgracia, sólo conocía ese<br />

tipo <strong>de</strong> cualquiera y <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong> hallar algún hombre<br />

que mereciera la pena.<br />

Hasta que conoció a Damián. Él era diferente,<br />

único. A su modo, encantador. No era perfecto, y tenía<br />

<strong>de</strong>fectos que Amanda no podía negar. Damián era real.<br />

Pero, en ocasiones, ella se sentía tan bien, tan plenamente<br />

satisfecha, que tenía que recordarse que su nuevo amor<br />

era un hombre <strong>de</strong> carne y hueso, uno más, y no el tipo<br />

i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> sus sueños adolescentes.<br />

Por primera vez, Amanda sintió <strong>miedo</strong> <strong>de</strong> su amor.<br />

Aunque la relación progresaba con naturalidad, Amanda<br />

temía que algo malo había <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r tar<strong>de</strong> o temprano.<br />

Nada podía ser tan bueno. <strong>La</strong> joven sentía ce<strong>los</strong> vagos por<br />

todo y por todos cuando nunca antes había sido ce<strong>los</strong>a.<br />

Ahora se volvía posesiva y no podía evitarlo. Quería estar<br />

con Damián, siempre, en toda ocasión. Y le dolían sus<br />

ausencias. Pero, a la vez, temía que ese afán lo alejase <strong>de</strong><br />

ella. Como temía que su amor, tan exagerado como<br />

parecía, lo asustara. No entraba en su cabeza la<br />

posibilidad <strong>de</strong> que él estuviera dispuesto a correspon<strong>de</strong>rla<br />

con un amor tan intenso como el suyo.<br />

Eran temores vagos e irracionales. Inevitables.<br />

Portadores <strong>de</strong> breves instantes <strong>de</strong> tristeza y ansiedad.<br />

Siempre seguidos por la in<strong>de</strong>scriptible alegría <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

reencuentro. Y Amanda, consciente <strong>de</strong> la estupi<strong>de</strong>z <strong>de</strong><br />

sus temores, era capaz <strong>de</strong> burlarse <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, pero no <strong>de</strong><br />

olvidar<strong>los</strong>.<br />

Más tar<strong>de</strong> llegó a pensar que fueron la causa <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>sgracia.<br />

Porque la realidad era que sus temores<br />

resultaban infundados. <strong>El</strong> bueno <strong>de</strong> Damián la amaba con<br />

locura, con tanta pasión como la que ella le <strong>de</strong>dicaba.<br />

Aunque la <strong><strong>de</strong>l</strong> joven no estaba teñida por las nieblas <strong>de</strong> la<br />

inseguridad. Comprendía que el amor no pue<strong>de</strong> ser eterno<br />

y que, quizá, un día el suyo <strong>de</strong>saparecería. Que, por<br />

increíble que sonara, tal vez algún día Amanda no se<br />

encontraría a su lado. Pero no pensaba en ello, sino en la<br />

felicidad actual, que había que apurar como si fuera<br />

inacabable, eterna. Tan sólida como parecía.<br />

Damián trataba <strong>de</strong> contagiarle a Amanda ese<br />

optimismo, esa seguridad, pero no era capaz <strong>de</strong> lograrlo.<br />

Quizá ocurría que a Amanda le sorprendía su<br />

propia felicidad y no terminaba <strong>de</strong> creérsela. Pero, al<br />

margen <strong>de</strong> esos breves aunque frecuentes instantes <strong>de</strong><br />

duda, la pareja era tan dichosa como se pue<strong>de</strong> esperar <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> volubles corazones humanos.<br />

Tan seguros estaban <strong>de</strong> su cariño que no se<br />

plantearon una evolución <strong>de</strong> su relación a largo plazo.<br />

Como hacen muchos enamorados, se <strong>de</strong>jaron llevar y, al<br />

cabo <strong>de</strong> poco más <strong>de</strong> dos meses, iniciaron una vida en<br />

común, compartiendo casa y lecho. Sorpren<strong>de</strong>ntemente<br />

para Amanda, aquello no trajo <strong>de</strong>silusión ni problemas. <strong>La</strong><br />

convivencia consolidó su relación, en lugar <strong>de</strong> mostrar <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>fectos que <strong>los</strong> distanciaran. Damián, contrariamente a<br />

antiguas parejas, era el compañero <strong>de</strong> tareas i<strong>de</strong>al, la<br />

persona en quien confiar, a quien pedir consejo, <strong>de</strong> quien<br />

recibir consuelo.<br />

Pronto en la mente <strong>de</strong> Amanda empezó a<br />

dibujarse con letras cada vez más nítidas la palabra<br />

terrible y mágica: matrimonio. Damián era el hombre con<br />

quien <strong>de</strong>seaba pasar el resto <strong>de</strong> su vida. Con quien formar<br />

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