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La habitación del miedo - El despertar de los muertos

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<strong>de</strong>sahucio, <strong>de</strong> la privación <strong>de</strong> nuestra maravil<strong>los</strong>a<br />

adquisición?<br />

Quizá la propiedad es un vicio, como creían <strong>los</strong><br />

comunistas. Pero <strong>los</strong> que mejor viven –o al menos así lo<br />

vemos la mayoría en esta sociedad consumista- son <strong>los</strong><br />

que más poseen. Por eso queremos ser como el<strong>los</strong>.<br />

Convencidos <strong>de</strong> que en la posesión está la felicidad. Sin<br />

propieda<strong>de</strong>s no eres nada. Y hasta que posees eres menos<br />

que nada: un <strong>de</strong>udor, obligado a pagar las cuotas que te<br />

harán propietario en la vejez.<br />

Por <strong>de</strong>scargar tu ira culpas a <strong>los</strong> especuladores y<br />

a la sociedad consumista <strong>de</strong> tus males, <strong>de</strong> tus <strong>de</strong>udas<br />

presentes y futuras. Olvidas que la oferta y la <strong>de</strong>manda<br />

son leyes <strong><strong>de</strong>l</strong> mercado. Quizá tenía razón aquel ministro<br />

que <strong>de</strong>cía que nos en<strong>de</strong>udamos porque nos lo po<strong>de</strong>mos<br />

permitir. Que tener un hogar propio es un lujo. Lo que<br />

<strong>de</strong>be <strong>de</strong> significar que no tengo por qué preocuparme por<br />

la próxima letra o la inseguridad laboral. Si no pago ya no<br />

me encerrarán como hacían en el pasado. Me <strong>de</strong>clararán<br />

insolvente, subastarán mis propieda<strong>de</strong>s y a mí me<br />

<strong>de</strong>sahuciarán. Pero eso no es problema. Estoy vivo, sano.<br />

Con o sin piso, con o sin trabajo puedo seguir a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante.<br />

¿No hay puentes? ¿No hay pisos que ocupar? ¿No hay<br />

indigentes y albergues? Siempre me quedará el hermoso<br />

cielo estrellado para contemplarlo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi espléndida<br />

casa <strong>de</strong> cartón en mitad <strong>de</strong> la calle.<br />

LA COBARDÍA<br />

Siento que me inva<strong>de</strong>,<br />

penetrante y quedo,<br />

serpenteante y amenazador<br />

me paraliza el <strong>miedo</strong>.<br />

Angustia mi mente,<br />

recorre todos <strong>los</strong> rincones <strong>de</strong> mi cuerpo<br />

y cambia mis funciones orgánicas.<br />

No como, no duermo,<br />

y, mientras tanto, pienso<br />

cómo me <strong>de</strong>shago <strong>de</strong> él<br />

en un momento,<br />

que pue<strong>de</strong> ser eterno<br />

y no te abandona fácil.<br />

Sólo hay un precio:<br />

ser valiente y enfrentarlo a tiempo<br />

sin <strong>de</strong>sconcierto.<br />

Inma Rodrigo<br />

EL MONSTRUO ESTADÍSTICO<br />

Aborrezco las estadísticas. <strong>La</strong>s odio tanto como<br />

las temo. <strong>La</strong>s odio porque me reducen a simple número.<br />

Porque yo no soy una estadística ni me siento reflejado<br />

en <strong>los</strong> impersonales porcentajes. Yo no quiero ser un<br />

porcentaje, una cifra tras la coma <strong>de</strong>cimal y porcentual<br />

que <strong>de</strong>fine una realidad sometida a estudio objetivo.<br />

Pero no sólo odio la estadística. También la temo<br />

porque, como técnica que es, la sé válida, siempre que el<br />

estudio y <strong>los</strong> procedimientos empleados sean <strong>los</strong><br />

a<strong>de</strong>cuados y se usen <strong><strong>de</strong>l</strong> modo correcto.<br />

Me asusta saber que <strong>los</strong> hombres y nuestro<br />

mundo, tan diversos como nos pensamos, somos tan<br />

fáciles <strong>de</strong> reducir a una mera función matemática.<br />

Supongo que eso es ser normal: susceptible <strong>de</strong> reducción<br />

a norma. Pre<strong>de</strong>cible, cuantificable. Simple. Quizá yo<br />

quiero creerme distinto. Pensar que el universo es<br />

hermoso por su variedad. Pero, al cabo, mi peso es nulo.<br />

Mis diferencias, a la postre, no resultan significativas en<br />

el conjunto que me <strong>de</strong>scribe. Y el estadístico <strong>de</strong> turno<br />

podrá hacer a mi costa su predicción, o su modélica<br />

<strong>de</strong>scripción que, con <strong>los</strong> convenientes márgenes <strong>de</strong> error,<br />

es más que posible –altamente probable- que resulte<br />

acertada. Y eso, obviamente, me fastidia y me asusta.<br />

Aunque más me asustan aún esas estadísticas<br />

manipuladas y manipuladoras. A veces por torpeza <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

estadístico o <strong>de</strong> algún aficionado metido a sabio. Pero las<br />

más <strong>de</strong> las veces, cuando menos aquellas ocasiones en que<br />

la estadística es trascen<strong>de</strong>nte, la manipulación es<br />

consciente y voluntaria. Es tan fácil jugar con <strong>los</strong><br />

números. Y aún más sencillo buscar sus interpretaciones y<br />

justificar la injusticia a través <strong>de</strong> la cifra. De este tipo<br />

son siempre las cifras gubernamentales. <strong>La</strong>s <strong>de</strong> la<br />

macroeconomía o el empleo, las <strong><strong>de</strong>l</strong> consumo o el<br />

bienestar, las <strong>de</strong> la salud o la educación. Nueve <strong>de</strong> cada<br />

diez gilipollas no pue<strong>de</strong>n estar equivocados si hay un listo<br />

que sabe leer <strong>los</strong> datos en su propio interés.<br />

SOBRE LAS MULTITUDES INSOPORTABLES<br />

<strong>La</strong>s odio. Odio su estupi<strong>de</strong>z borreguil. Abomino<br />

<strong>de</strong> la masa que se mueve a impulsos <strong>de</strong> cierto instinto<br />

irracional o a la voz <strong>de</strong> mando <strong>de</strong> cualquier revolucionario<br />

o progre <strong><strong>de</strong>l</strong> tres al cuarto. Entiendo que un hombre <strong>de</strong><br />

verdad responda al viril mensaje que un auténtico lí<strong>de</strong>r le<br />

dirige <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su tribuna <strong>de</strong> orador. Entiendo el<br />

enar<strong>de</strong>cimiento <strong>de</strong> <strong>los</strong> soldados ante la arenga <strong>de</strong> su<br />

general y <strong>los</strong> vítores semisalvajes <strong>de</strong> una multitud ante su<br />

caudillo.<br />

Pero jamás compren<strong>de</strong>ré a las masas que se<br />

manifiestan por cualquier razón, escudándose <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

sus estúpidas pancartas y que elu<strong>de</strong>n su responsabilidad<br />

individual repitiendo consignas ajenas siempre <strong>de</strong><br />

protesta contra la autoridad vigente.<br />

Debo confesar que esas multitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scerebrados me asustan. También me atemorizan las<br />

multitu<strong>de</strong>s que caminan por las amplias calles <strong>de</strong> nuestras<br />

ciuda<strong>de</strong>s sin más objeto que pasear o ir <strong>de</strong> compras.<br />

<strong>La</strong>s muchedumbres son odiosas y fomentan mi<br />

misantropía, por más que quiera disculpar la <strong>de</strong>bilidad <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

género humano.<br />

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