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La habitación del miedo - El despertar de los muertos

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embarca en una nueva pintura. Quizá por simple afición,<br />

porque no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>los</strong> pinceles, acepta el encargo <strong>de</strong><br />

plasmar en una tabla <strong>de</strong> tamaño mediano –casi dos metros<br />

<strong>de</strong> largo y otros tantos <strong>de</strong> ancho- la escena bíblica <strong>de</strong> la<br />

caída <strong><strong>de</strong>l</strong> Príncipe <strong>de</strong> <strong>los</strong> Infiernos tras su fallida rebelión<br />

celestial. <strong>El</strong> hermoso Lucifer, trastocado en monstruoso<br />

<strong>de</strong>monio, es arrojado por <strong>los</strong> arcángeles triunfantes hacia<br />

una sima oscura, como un pozo sin fin, que preten<strong>de</strong><br />

representar el infierno al que ahora queda con<strong>de</strong>nado.<br />

Técnicamente, el pobre Antonin se muestra<br />

ambicioso. Sus pocas dotes difícilmente le permitirían<br />

plasmar en el óleo <strong>los</strong> rasgos malvados, el vértigo <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

abismo o la majestad <strong>de</strong> <strong>los</strong> ángeles fieles. Pero el pintor<br />

no se arredra y se empeña en la terrible tarea. Con<br />

paciencia, empieza a trazar un esquema a seguir y, sobre<br />

el boceto inicial, va <strong>de</strong>slizando pinceladas gruesas y<br />

seguras sobre las que, más a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante, preten<strong>de</strong> incrustar<br />

<strong>los</strong> trazos finos <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>talle.<br />

Antonin toma un par <strong>de</strong> mo<strong><strong>de</strong>l</strong>os para sus ángeles:<br />

su mujer y una <strong>de</strong> sus hijas, enamorado, sin duda, <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

rubios bucles <strong>de</strong> ambas. Para el <strong>de</strong>monio no usa mo<strong><strong>de</strong>l</strong>o.<br />

¿Cómo i<strong>de</strong>ntificar la monstruosidad <strong><strong>de</strong>l</strong> Tenebroso con<br />

una persona <strong>de</strong> carne y hueso? No, la malevolencia <strong>de</strong><br />

Lucifer <strong>de</strong>be extraerla <strong>de</strong> su imaginación pero ésta, torpe<br />

y poco iluminada por la inspiración divina, no es capaz <strong>de</strong><br />

trazar un rostro que exprese todo lo que se preten<strong>de</strong>. Si<br />

en su mente la i<strong>de</strong>a era clara, su mano tampoco le permite<br />

plasmarla a su gusto. <strong>El</strong> Lucifer <strong>de</strong> Antonin no le <strong>de</strong>ja<br />

satisfecho. Cara <strong>de</strong> malo no tiene. Tan sólo es feo y<br />

<strong>de</strong>forme. En sus ojos se aprecia más la expresión <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

lunático que la <strong><strong>de</strong>l</strong> mal absoluto.<br />

En dos semanas nuestro Antonin no ha resuelto el<br />

problema. Repasa, retoca, aña<strong>de</strong> una nueva capa y diluye la<br />

anterior, pero el resultado no mejora. Antonin nunca fue<br />

un buen retratista. Menos aún pue<strong>de</strong> inventar un rostro<br />

creíble y expresivo.<br />

Un día, cansado, <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> aparcar el retrato hasta<br />

mejor momento. <strong>El</strong> comprador no <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser impaciente<br />

o nunca confió <strong>de</strong>masiado en el artista. Ha <strong>de</strong> ser un<br />

amigo comprensivo. Antonin <strong>de</strong>ja el cuadro en el <strong>de</strong>sván y<br />

se <strong>de</strong>dica, durante unos cuantos días, a aten<strong>de</strong>r<br />

únicamente a su negocio y su familia. Pero tiene<br />

<strong>de</strong>masiado amor propio como para rendirse tan fácilmente<br />

y una mañana vuelve al zaguán para retomar el cuadro. Lo<br />

baja al salón que le sirve <strong>de</strong> taller y allí lo <strong>de</strong>scubre. Pero…<br />

¡Pero ese no es su cuadro!<br />

Allí están <strong>los</strong> ángeles y el <strong>de</strong>monio, allí el abismo<br />

y las nubes celestiales <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las que Lucifer fue<br />

arrojado. Es el mismo bosquejo, pero <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

ángeles que él pintó no son esos. No son esas las<br />

expresiones que el pintor recordaba en sus rostros. ¿Tan<br />

torpe ha sido como para confundir la expresión <strong>de</strong> altivez<br />

con mera envidia? Y Lucifer es distinto. No es tampoco su<br />

28<br />

Lucifer. Este tiene más carácter, tiene rostro. Una cara<br />

que expresa sufrimiento y temor, pero también orgullo,<br />

cierta soberbia.<br />

¿Tan torpe es su arte como para haber hecho<br />

aquello? ¿Tan pobre su memoria como para haber olvidado<br />

<strong>los</strong> <strong>de</strong>talles? No es extraño que no se sintiera satisfecho<br />

con la progresión <strong><strong>de</strong>l</strong> cuadro. Aunque no era esa la pintura<br />

que creía recordar. Es seguro que su memoria ha fallado<br />

tanto como su poco hábil mano. Nadie en su sano juicio,<br />

ningún buen cristiano, pintaría un Lucifer admirable en su<br />

caída al que observan unos envidiosos ángeles <strong>de</strong> aspecto<br />

<strong>de</strong>pravado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su altura celestial.<br />

Antonin <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> que <strong>de</strong>be terminar el cuadro le<br />

cueste lo que le cueste. Por pobre que sea su técnica, por<br />

torpe que sea su pincelada, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar aquel cuadro<br />

en tan aberrante estado. Como sea <strong>de</strong>be corregirlo.<br />

Aunque no pueda convertirlo en una gran obra, <strong>de</strong>be<br />

retocar <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles para hacerlo digno: Lucifer el<br />

monstruo es arrojado a <strong>los</strong> infiernos por unos ángeles<br />

justicieros <strong>de</strong> bondad resplan<strong>de</strong>ciente.<br />

A partir <strong>de</strong> ese día Antonin Browver se <strong>de</strong>dica en<br />

cuerpo y alma a la conclusión <strong><strong>de</strong>l</strong> cuadro. Encargo o no,<br />

ahora es un <strong>de</strong>safío personal el concluirlo. Aunque para<br />

ello tenga que <strong>de</strong>scuidar sus negocios o aun su propia<br />

familia. Y es aquí don<strong>de</strong> el relato <strong><strong>de</strong>l</strong> pintor se vuelve más<br />

interesante.<br />

Antonin emborrona el rostro <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>monio.<br />

Intenta trocar su gesto majestuoso por otro más<br />

a<strong>de</strong>cuado. No está satisfecho con la cara <strong>de</strong> bobalicón<br />

que le ha quedado para el Malvado. Sabe que <strong>de</strong>berá<br />

rehacerla, pero, cansado como está, la <strong>de</strong>ja para la<br />

siguiente jornada.<br />

Con el nuevo día, Browver ha adquirido renovados<br />

ánimos. Dedica la mañana a trabajar en sus vidrios. <strong>La</strong><br />

tar<strong>de</strong> es para el taller y el cuadro. Tras comer con su<br />

familia sube al <strong>de</strong>sván don<strong>de</strong> tiene montado el taller y se<br />

dirige a la tela. Lo que ve vuelve a sorpren<strong>de</strong>rlo.<br />

¿Nuevamente le ha traicionado su memoria? ¿O acaso<br />

<strong>de</strong>ba empezar a preocuparse más por su salud mental que<br />

por su pobre técnica? Sus trazos <strong><strong>de</strong>l</strong> día anterior le<br />

parecen borrados y rehechos. Él está seguro <strong>de</strong> no haber<br />

trazado esos nuevos rasgos para el Ángel Caído. <strong>El</strong> suyo<br />

tenía cara <strong>de</strong> bobo, no ese gesto <strong>de</strong>safiante y confiado<br />

pese a la <strong>de</strong>sgracia. Es como si otra mano hubiera pintado<br />

esos rasgos en su ausencia. Pero no… <strong>El</strong> problema <strong>de</strong>ben<br />

<strong>de</strong> ser sus nervios, se dice confuso el pintor. Y, afanoso,<br />

intentando así serenarse y recuperar el dominio sobre sí,<br />

retoma la paleta, mezcla sus colores y se <strong>de</strong>dica a añadir<br />

color al paisaje. Otro día retocará ese rostro. Aunque<br />

<strong>de</strong>be reconocer que nunca antes había logrado una<br />

expresividad como aquella. Ni sus manos habían trazado<br />

voluntariamente un rostro tan hermoso y creíble como<br />

aquél que había hecho sin querer y, sin embargo, <strong>de</strong>bería<br />

haber sido horrendo.<br />

Antonin está satisfecho con la tarea <strong><strong>de</strong>l</strong> día.<br />

Pintar nubes y túnicas no se le da <strong>de</strong>masiado bien, no

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