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La habitación del miedo - El despertar de los muertos

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sorprendidos, bien por la soledad, bien por sus propios<br />

fantasmas.<br />

Todos tenemos fantasmas, <strong>de</strong> ahí la necesidad<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> Arte para espantar<strong>los</strong> con música o con mística<br />

(aunque esta última no sea Arte en sí misma, sí se pue<strong>de</strong><br />

ver reflejada en ciertas obras), o estampar<strong>los</strong><br />

(literalmente) en un lienzo o en un collage, o encerrar<strong>los</strong><br />

bajo llave en la <strong>habitación</strong> <strong>de</strong> la literatura.<br />

Existen intrincados laberintos que aguardan<br />

latentes, no sé en qué segmento <strong><strong>de</strong>l</strong> Tiempo, a que<br />

entremos en el<strong>los</strong> pero... ¿no es ciertamente el <strong>de</strong>sierto<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>miedo</strong> el peor <strong>de</strong> <strong>los</strong> laberintos?<br />

2<br />

R.M.L.<br />

Miedo en el 2004<br />

EL MONSTRUO HAMBRIENTO<br />

Se pue<strong>de</strong> tener hambre <strong>de</strong> muchas cosas. Pero<br />

sólo hay un hambre esencial, hambre primitiva, orgánica:<br />

la <strong>de</strong> alimento. <strong>La</strong> más terrible <strong>de</strong> todas. Un hambre que,<br />

tontos engreídos, tenemos olvidada, como si fuera ajena a<br />

nosotros, en <strong>los</strong> países ricos y medio ricos. Hambre<br />

pavorosa, capaz <strong>de</strong> aguzar el ingenio, sí, pero sólo para<br />

librarse <strong>de</strong> ella y el miserable pensamiento <strong>de</strong> su llegada.<br />

Ahítos <strong>de</strong> comida, gordos y obesos, obsesos <strong>de</strong> la<br />

grasa y <strong>de</strong> su ausencia, nos olvidamos <strong>de</strong> lo terrible que es<br />

el no comer. <strong>La</strong> sensación <strong>de</strong> morirse un poco a cada<br />

momento y la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r contar con la<br />

comida a horas fijas o según nuestra apetencia. <strong>El</strong> terror<br />

<strong>de</strong> millones <strong>de</strong> personas, que acaban muriendo por su<br />

causa.<br />

Si conociéramos ese <strong>miedo</strong> en carne viva, en<br />

primera persona, no consentiríamos las muertes ajenas. Y,<br />

pese a todo, ese <strong>miedo</strong> <strong>de</strong>bería estar presente en todas<br />

nuestras mentes, siempre pendientes <strong><strong>de</strong>l</strong> incierto futuro<br />

en el que, quizá, el plato no nos sea tan seguro. Aunque,<br />

tontamente confiados, preferimos imaginar el hambre<br />

como algo lejano, casi inexistente, mientras algunos <strong>de</strong><br />

nuestros semejantes, en este mundo <strong>de</strong> glotones, se<br />

enamoran –o tal vez la odian aunque se rin<strong>de</strong>n ante ella- <strong>de</strong><br />

la sensación <strong>de</strong> tener vacío el estómago, cambiando el<br />

temor racional al hambre por estúpidas inquietu<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

anoréxica que nunca pasarían por la cabeza <strong><strong>de</strong>l</strong> que, como<br />

Carpanta, sueña con la comida que no pue<strong>de</strong> tener.<br />

Te daré lo innombrable,<br />

el azul <strong>de</strong> mis tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> verano,<br />

el calor <strong>de</strong> mis sábanas <strong>de</strong> otoño,<br />

la mirada que cruza tus palabras.<br />

Te daré lo impreciso,<br />

la ausencia, el hueco, el vacío.<br />

Te daré el segundo,<br />

te daré la huella,<br />

te daré la gota,<br />

te daré locura.<br />

Te daré, amor mío,<br />

me daré entera.<br />

No me pidas que te dé metal<br />

porque lo que yo tengo<br />

no se pue<strong>de</strong> nombrar.<br />

Sonia<br />

UN HOMBRE AMABLE<br />

Ataulfo siempre fue un hombre amable. Durante<br />

toda su vida quiso ofrecer su ayuda y su buen carácter a<br />

cualquier persona que lo necesitara. Y digo quiso porque<br />

nunca pudo lograrlo. Pero esto no fue así porque él<br />

consi<strong>de</strong>rase que <strong>de</strong>mostrar sensibilidad hacia <strong>los</strong> <strong>de</strong>más<br />

fuese un signo <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilidad que pudiese <strong>de</strong>jar al<br />

<strong>de</strong>scubierto puntos vulnerables susceptibles <strong>de</strong> ser<br />

atacados. Ni tampoco fue por pereza, ese verdugo <strong>de</strong><br />

todas las buenas intenciones. Sencillamente no pudo ser<br />

porque <strong>los</strong> <strong>de</strong>más no le <strong>de</strong>jaron. Y es que todos rehuían a<br />

Ataulfo porque le tenían <strong>miedo</strong>. Para compren<strong>de</strong>r esto es<br />

necesario conocer que nuestro hombre presentaba una<br />

apariencia física un tanto peculiar. No se trataba sólo <strong>de</strong><br />

que fuese un hombre feo, que lo era, más bien podía<br />

<strong>de</strong>cirse que su presencia resultaba impresionante y<br />

estremecedora para quien le contemplaba. Ante todo<br />

Ataulfo era un hombre enorme, un auténtico armario <strong>de</strong><br />

cuatro puertas, con una altura <strong>de</strong> dos metros y una<br />

envergadura <strong>de</strong> espaldas <strong>de</strong> una talla similar. Sus manos,<br />

también gigantescas, estaban armadas con cinco gruesos<br />

<strong>de</strong>dos a modo <strong>de</strong> cachiporras y cubiertas <strong>de</strong> abundante<br />

vello, igualmente frondoso que en el resto <strong>de</strong> su cuerpo.<br />

Sin embargo estos <strong>de</strong>talles anatómicos por sí mismos no<br />

hubiesen bastado para causar temor en la gente. De<br />

hecho hay individuos gran<strong>de</strong>s y feos que incluso resultan<br />

simpáticos. Un ejemplo sería Bud Spencer, el repartidor<br />

<strong>de</strong> tortas oficial <strong><strong>de</strong>l</strong> cine italiano. Pero no era este el caso<br />

<strong>de</strong> Ataulfo. Había un conjunto <strong>de</strong> otros pequeños <strong>de</strong>talles<br />

que presentados <strong>de</strong> manera aislada habrían logrado, en<br />

todo caso, que la gente sintiese lástima por nuestro<br />

amigo, pero que presentados en su conjunto le daban un<br />

aspecto terrible.<br />

<strong>La</strong> madre <strong>de</strong> Ataulfo tuvo un parto difícil cuando<br />

éste nació, con la mala suerte <strong>de</strong> que se presentó poco<br />

antes <strong>de</strong> lo esperado y cuando se encontraban ella y su<br />

marido en el pueblo <strong>de</strong> él para arreglar unos trámites<br />

administrativos referentes a las parcelas <strong>de</strong> tierra. Se<br />

trataba <strong>de</strong> un villorrio formado por cuatro viejas casas,<br />

localizado en ninguna parte entre <strong>los</strong> montes Universales

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