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La habitación del miedo - El despertar de los muertos

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<strong>de</strong> Teruel. <strong>La</strong> comunicación era pésima y cualquier<br />

población medianamente gran<strong>de</strong> quedaba situada a un<br />

abismo <strong>de</strong> distancia, separada por un zigzag infinito <strong>de</strong><br />

carreteras <strong>de</strong> montaña. Así que la madre <strong>de</strong> Ataulfo se<br />

vio obligada a dar a luz lejos <strong>de</strong> la civilización. Demasiado<br />

hizo el pobre médico rural bastante entrado en años que,<br />

cuando le llamó la vieja comadrona, acudió tan rápido<br />

como pudo <strong><strong>de</strong>l</strong> pueblo más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> la comarca, don<strong>de</strong><br />

tenía su resi<strong>de</strong>ncia. Milagrosamente, contaba con unos<br />

fórceps que había heredado como reliquia <strong>de</strong> sus<br />

antepasados también médicos, y gracias a el<strong>los</strong> y con una<br />

buena dosis <strong>de</strong> habilidad, pudo salvar a la madre y al hijo,<br />

es <strong>de</strong>cir, a Ataulfo. De hecho, este nombre tan poco<br />

atractivo le fue asignado a nuestro amigo porque así se<br />

llamaba el viejo doctor, como un homenaje a su labor.<br />

Ataulfo sobrevivió sí, pero con algunas secuelas no<br />

graves. Des<strong>de</strong> su nacimiento y por toda su vida sufrió una<br />

parálisis facial bilateral que, poco <strong>de</strong>spués y ya <strong>de</strong> vuelta<br />

en la ciudad, fue subsanada parcialmente con la colocación<br />

<strong>de</strong> unas pesas <strong>de</strong> oro en <strong>los</strong> párpados. Esto evitó que<br />

nuestro amigo se quedase ciego al permitir que pudiese<br />

cerrar <strong>los</strong> ojos, previniendo la sequedad y las úlceras,<br />

pero no impidió que el resto <strong>de</strong> su cara fuese totalmente<br />

inexpresiva y que le chorrease agua por la barbilla cada<br />

vez que intentaba tomar algo <strong>de</strong> líquido. A<strong>de</strong>más, tuvo que<br />

pasar por quirófano varias veces a lo largo <strong>de</strong> su infancia y<br />

juventud para cambiar el tamaño <strong>de</strong> las pesas <strong>de</strong> oro<br />

conforme crecía. Por si esto no fuera bastante, Ataulfo<br />

también nació con una cuerda vocal paralizada, y aunque<br />

tuvo la suerte <strong>de</strong> no sufrir ningún episodio <strong>de</strong> asfixia por<br />

este motivo, su voz nunca fue normal. Incluso <strong>de</strong> niño<br />

siempre tuvo una voz cavernosa y soplante. Todos estos<br />

<strong>de</strong>fectos le hicieron objeto <strong>de</strong> burla por parte <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>más niños, que como se sabe son <strong>los</strong> seres más crueles<br />

sobre la faz <strong>de</strong> la tierra. De modo que, a parte <strong>de</strong> las<br />

chanzas que hacían con su grotesco nombre, todos <strong>los</strong><br />

compañeros le llamaban “el monstruo <strong>de</strong> las galletas”, pues<br />

Ataulfo solía llevar para el recreo unas marías y unas<br />

onzas <strong>de</strong> chocolate, y así hacían doble alusión a su fealdad<br />

y a su falta <strong>de</strong> expresividad comparable a la <strong>de</strong> un<br />

muñeco. Únicamente <strong>los</strong> profesores le mostraban<br />

respeto, pues era un estudiante aplicado, aunque siempre<br />

iba asociado a una buena dosis <strong>de</strong> lástima. Pese a todo,<br />

Ataulfo no se volvió agresivo ni malhumorado. Nunca pegó<br />

a otro niño, a pesar <strong>de</strong> que pronto fue más gran<strong>de</strong> que <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>más <strong>de</strong> su edad. Incluso tuvo un amigo. Se trataba <strong>de</strong><br />

Luisito, un niño enclenque y enfermizo con el que se<br />

metían continuamente <strong>los</strong> <strong>de</strong>más compañeros y al cual<br />

rompieron un brazo en una ocasión al <strong>de</strong>jarle caer durante<br />

un manteo. Luisito era la sombra <strong>de</strong> Ataulfo, con él se<br />

sentía protegido y siempre jugaban juntos. Si todo<br />

hubiera seguido así Ataulfo podría haber sobrellevado<br />

bien su vida, se habría relacionado con <strong>los</strong> <strong>de</strong>más y habría<br />

intentado <strong>de</strong>dicarse a ayudar a sus semejantes, siguiendo<br />

el impulso que le marcaba su carácter, aunque hubiese<br />

tenido que soportar continuas burlas. Pero todo cambió,<br />

para mal <strong>de</strong> nuestro hombre, cuando llegó a la pubertad.<br />

Entonces su aspecto cambió <strong>de</strong> ser risible a ser temible.<br />

Esto fue <strong>de</strong>bido por una parte a su gran aumento <strong>de</strong> masa<br />

corporal, y por otra a que tomó posesión <strong>de</strong> su cara un<br />

terrible acné unido a una grave <strong>de</strong>rmatitis seborreica. Su<br />

faz adquirió una geografía <strong>de</strong> <strong>de</strong>presiones y<br />

protuberancias y, lo que es peor, una expresión<br />

amenazadora que hacía temer a quien se encontraba en su<br />

presencia un ataque inmediato y furibundo <strong>de</strong> aquel<br />

monstruo <strong>de</strong> 200 ki<strong>los</strong>. Nuestro hombre pronto se dio<br />

cuenta <strong><strong>de</strong>l</strong> cambio <strong>de</strong> actitud <strong>de</strong> la gente respecto a él, e<br />

intentaba contrarrestarlo expresando su auténtico<br />

carácter mediante una sonrisa. Pero <strong>los</strong> imperfectos<br />

movimientos que permitían <strong>los</strong> casi paralizados múscu<strong>los</strong><br />

<strong>de</strong> su cara sólo conseguían producir una mirada más torva<br />

y una expresión más hosca aún, con lo que se<br />

incrementaba el <strong>miedo</strong> que causaba a su alre<strong>de</strong>dor. Y su<br />

voz, que se volvió aún más ronca y cavernosa, tampoco<br />

ayudaba mucho. Pasado poco tiempo <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> intentarlo.<br />

En la Facultad <strong>de</strong> Informática, don<strong>de</strong> inició <strong>los</strong><br />

estudios, pronto se encontró con que se formaba un halo<br />

<strong>de</strong> asientos vacíos a su alre<strong>de</strong>dor. Nadie quería sentarse a<br />

su lado. Por suerte había un marcado absentismo<br />

estudiantil, porque en caso contrario se habría producido<br />

una superpoblación en unas zonas <strong><strong>de</strong>l</strong> aula para compensar<br />

el vacío que Ataulfo, a modo <strong>de</strong> un agujero negro humano,<br />

formaba a su alre<strong>de</strong>dor. <strong>El</strong> profesor tampoco le<br />

preguntaba nunca a nuestro hombre. Y Ataulfo pronto<br />

<strong>de</strong>jó <strong>de</strong> plantearle preguntas cuando comprobó que cada<br />

vez que lo hacía el pobre hombre sudaba y tartamu<strong>de</strong>aba<br />

al dar la contestación, intentando disimular la <strong>de</strong>sazón<br />

que le producía la mirada inquisitoria <strong><strong>de</strong>l</strong> inmenso alumno.<br />

Pero a pesar <strong>de</strong> no encontrarse en una situación cómoda<br />

siguió siendo un estudiante aplicado y continuó sacando<br />

buenas notas, aunque pronto <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> acudir a clase y sólo<br />

se presentaba a <strong>los</strong> exámenes. Estudiaba sus libros en<br />

casa y buscando en Internet dio con una página en la que<br />

colgaban <strong>los</strong> apuntes y <strong>los</strong> ejercicios <strong>de</strong> clase, <strong>de</strong> modo<br />

que era como si fuese todos <strong>los</strong> días a la facultad.<br />

Durante este periodo <strong>de</strong> su vida no tuvo amigos. Luisito<br />

se había trasladado con su familia a otra provincia nada<br />

más acabar el colegio, y el joven Ataulfo se encontró solo<br />

en el instituto lo mismo que ahora lo estaba en la<br />

facultad. Nadie quería aproximarse a él. Y esto era más<br />

doloroso cuando se trataba <strong>de</strong> las mujeres. Había una<br />

chica en clase llamada Patricia, menudita y <strong><strong>de</strong>l</strong>gadita, <strong>de</strong><br />

pelo negro y gran<strong>de</strong>s ojos almendrados que le resultaba a<br />

Ataulfo el ser más hermoso <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo, pero nuestro<br />

hombre nunca pudo aproximarse a menos <strong>de</strong> diez metros<br />

<strong>de</strong> ella. Ataulfo se sentía como Cuasimodo con Esmeralda,<br />

ambos nunca tuvieron ninguna oportunidad <strong>de</strong> ser<br />

correspondidos, pero con la diferencia <strong>de</strong> que esta<br />

Esmeralda sentía auténtica repulsión por Ataulfo, a<br />

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