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La habitación del miedo - El despertar de los muertos

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<strong>de</strong> gitanos y que el hombre estaba siendo zaran<strong>de</strong>ado por<br />

uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong>. Ataulfo aceleró el paso mientras gritaba:<br />

-¿No os da vergüenza tratar así a unos ancianos?<br />

Los agresores dirigieron rápidamente la mirada<br />

hacia la voz sonora y ronca como el sonido <strong>de</strong> una tuba que<br />

les increpaba, y al darse cuenta <strong>de</strong> la mole que se les<br />

acercaba a gran<strong>de</strong>s trancas, soltaron lo que tenían entre<br />

manos y huyeron como alma que lleva el diablo. Cuando<br />

llegó a don<strong>de</strong> estaba la pareja agredida, Ataulfo se dirigió<br />

a la mujer y le preguntó mientras disimuladamente<br />

ocultaba su cara con una mano.<br />

-¿Están uste<strong>de</strong>s bien?<br />

-Sí, sí. Gracias, buen hombre. A saber qué nos<br />

hubiera pasado si no hubiese llegado usted -le dijo la<br />

mujer mientras le agarraba <strong><strong>de</strong>l</strong> brazo y tiraba <strong>de</strong> él para<br />

que se acercase y así po<strong>de</strong>r abrazarle y darle un par <strong>de</strong><br />

besos.<br />

Con el ímpetu <strong>de</strong> la mujer Ataulfo tuvo que<br />

apartar la mano <strong>de</strong> su rostro. En ese momento el marido<br />

se acercaba como <strong>de</strong>sorientado.<br />

-Muchísimas gracias. Todavía quedan buenas<br />

personas en este mundo. ¿Podría hacernos sólo un favor<br />

más? ¿Sería tan amable <strong>de</strong> recoger nuestros bastones y<br />

dárnos<strong>los</strong>? Sin el<strong>los</strong> estamos bastante perdidos.<br />

En ese instante Ataulfo se dio cuenta <strong>de</strong> que<br />

eran ciegos. <strong>La</strong> pareja le comentó que tenían que recoger<br />

un paquete en la terminal <strong>de</strong> SEUR y nuestro amigo se<br />

ofreció gentilmente a acompañar<strong>los</strong>. Después <strong>de</strong> recoger<br />

<strong>los</strong> paquetes, Ataulfo les acompañó <strong>de</strong> vuelta a coger el<br />

autobús, y durante el camino tuvieron una charla<br />

entretenida y fueron muy amables y simpáticos con él. Al<br />

<strong>de</strong>spedirse le dieron su número <strong>de</strong> teléfono y le pidieron<br />

que acudiese el próximo fin <strong>de</strong> semana a una fiesta que<br />

iban a celebrar en la se<strong>de</strong> <strong>de</strong> la asociación <strong>de</strong> ciegos con<br />

motivo <strong>de</strong> la acogida <strong>de</strong> nuevos miembros. Le indicaron<br />

que también podían ir vi<strong>de</strong>ntes. Entonces Ataulfo intentó<br />

buscar una excusa y la anciana pareja le pidió que aunque<br />

no fuese en esta ocasión, no <strong>de</strong>jase <strong>de</strong> llamarles. Cuando<br />

nuestro hombre volvía a casa, no le importó percibir la<br />

incomodidad <strong>de</strong> la gente que le ro<strong>de</strong>aba en el autobús. Por<br />

primera vez se había sentido a gusto entre personas<br />

diferentes <strong>de</strong> sus padres y por primera vez él se había<br />

sentido una persona más.<br />

Ataulfo no fue a la fiesta, pero sí se puso en<br />

contacto con la pareja <strong>de</strong> ancianos y se ofreció para<br />

acompañar al grupo <strong>de</strong> invi<strong>de</strong>ntes en alguna salida que<br />

hiciese, si no encontraban otro guía disponible. No<br />

tardaron en buscarle ocupación, y no fueron una ni dos las<br />

salidas que hizo con sus nuevos amigos. Y mantuvo largas<br />

conversaciones con todos el<strong>los</strong>. Nuestro hombre <strong>de</strong>jó <strong>de</strong><br />

ser un ermitaño. No le importaba dar <strong>miedo</strong> a la gente,<br />

pues así nadie se metería con sus in<strong>de</strong>fensos amigos. Y<br />

aún las cosas le fueron mejor cuando un buen día le<br />

presentaron una preciosa cieguita que se había<br />

incorporado a la excursión. Pronto Ataulfo y ella se<br />

hicieron amigos. A<strong>de</strong>más nuestro hombre <strong>de</strong>scubrió que<br />

<strong>El</strong>ena, la linda invi<strong>de</strong>nte, tenía una gran cultura literaria<br />

pues leía mucho en braille y no tardaron en formar una<br />

tertulia literaria con otros aficionados a la lectura <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

grupo. Ataulfo y <strong>El</strong>ena se fueron encariñando y un día<br />

anunciaron a todos que eran novios. Entonces nuestro<br />

hombre <strong>de</strong>cidió que tenía la felicidad a su alcance y que<br />

podría aspirar a lo que cualquier otro hombre en el mundo,<br />

y <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> sentirse triste. Aunque en ese instante<br />

también sintió lástima por todos <strong>los</strong> seres que tenían<br />

<strong>miedo</strong> <strong>de</strong> él. Comprendió que <strong>los</strong> seres humanos tenemos<br />

<strong>miedo</strong> a lo <strong>de</strong>sconocido, y que el problema es que muchas<br />

veces no queremos abandonar nuestros prejuicios para<br />

llegar al conocimiento <strong>de</strong> las cosas y las personas. Y fue<br />

esto lo que le pareció digno <strong>de</strong> lástima. Pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces nuestro amigo halló toda la paz y la felicidad que<br />

pue<strong>de</strong> alcanzar un hombre.<br />

Gerardo Mone<strong>de</strong>ro Rodrigo<br />

EL MONSTRUO DOLIENTE<br />

Qué tonto sentir <strong>miedo</strong> <strong><strong>de</strong>l</strong> dolor. <strong>El</strong> dolor es un<br />

aviso, una señal <strong>de</strong> peligro. Una difícil conquista <strong>de</strong> la<br />

evolución para hacernos conscientes <strong>de</strong> nuestra<br />

vulnerabilidad, para sentir <strong>los</strong> daños y rehuir<strong>los</strong>.<br />

Pero sentimos <strong>miedo</strong> <strong><strong>de</strong>l</strong> dolor. Todos o casi<br />

todos, salvo <strong>los</strong> masoquistas con su enfermiza fascinación<br />

por el sufrimiento propio o <strong>los</strong> sádicos, tan cómodamente<br />

instalados en la contemplación <strong>de</strong> <strong>los</strong> pa<strong>de</strong>ceres ajenos.<br />

Locuras aparte, el <strong>miedo</strong> al dolor está presente<br />

en todos <strong>los</strong> humanos. También en <strong>los</strong> animales que lo<br />

sienten y que adaptan sus comportamientos según el<br />

reflejo pavloviano para evitarlo en la medida <strong>de</strong> sus<br />

posibilida<strong>de</strong>s. <strong>La</strong> rata apren<strong>de</strong> el camino <strong>de</strong> su laberinto<br />

artificial por evitar el castigo. También en el pasado la<br />

letra entraba con sangre. <strong>El</strong> castigo físico y el <strong>miedo</strong> al<br />

dolor consecuente han sido la base <strong>de</strong> las torturas, <strong>de</strong> las<br />

confesiones forzadas y <strong>de</strong> no pocas obsesiones adquiridas<br />

e invencibles.<br />

Quizá nos avergüenza ese <strong>miedo</strong>. Es un síntoma<br />

<strong>de</strong> nuestra animalidad. <strong>El</strong> instinto <strong>de</strong> protección va más<br />

allá <strong>de</strong> la inteligencia o la voluntad. En muchos pueb<strong>los</strong> es<br />

digno <strong>de</strong> admiración quien soporta el dolor con entereza o<br />

se somete a él voluntariamente. ¿Acaso no nace una parte<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> cristianismo <strong>de</strong> la sacralización <strong><strong>de</strong>l</strong> martirio?<br />

Admiramos al valiente que se sobrepone al dolor.<br />

Admiramos su fuerza <strong>de</strong> voluntad, su espíritu indómito<br />

que no se rin<strong>de</strong> al sufrimiento. Pero la mayoría <strong>de</strong><br />

nosotros nos rendimos al dolor. ¿Cobardía? No creo. Es<br />

algo más. <strong>El</strong> dolor está diseñado por la naturaleza para ser<br />

evitado. Los animales lo rehúyen, el hombre lo teme. ¿Por<br />

qué avergonzarse <strong>de</strong> él? ¿Sería mejor carecer <strong>de</strong><br />

sensibilidad y pasar por las mutilaciones <strong>de</strong> un acci<strong>de</strong>nte<br />

sin darnos cuenta? Es curioso, para algunos eso sería una<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong>icia: les asusta más el dolor que las consecuencias que<br />

su presencia anuncia. Otros, al menos teóricamente,<br />

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