La habitación del miedo - El despertar de los muertos
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una familia, con quien tener hijos. Y esto, que sonaba tan<br />
trascen<strong>de</strong>ntal, no la asustaba en absoluto. Aunque<br />
tampoco habría sido capaz <strong>de</strong> explicar aquel<strong>los</strong> vagos<br />
temores y ce<strong>los</strong> <strong>de</strong> la pérdida. A veces es difícil<br />
compren<strong>de</strong>r a las mujeres, aún para ellas mismas.<br />
Entonces, cuando todo marchaba a su gusto y<br />
aquel temor por toparse con una realidad más allá <strong>de</strong> esa<br />
felicidad i<strong>de</strong>al iba quedando al margen <strong>de</strong> su mente<br />
consciente, entonces comenzaron <strong>los</strong> sueños.<br />
Una noche como otra cualquiera Amanda se<br />
durmió. Y <strong>de</strong>bieron <strong>de</strong> transcurrir varias horas tranquilas,<br />
puesto que no se <strong>de</strong>spertó. Hasta que, en algún momento,<br />
se inició la pesadilla. Que al principio no lo parecía. Porque<br />
Amanda soñaba con Damián. Y nada hay más agradable<br />
para el enamorado que completar <strong>los</strong> días <strong>de</strong> felicidad con<br />
noches compartidas, aunque sea en la imaginación, con la<br />
persona amada.<br />
Amanda se veía a sí misma caminando por la calle.<br />
Sin un objetivo. Era un simple paseo por el centro <strong>de</strong> la<br />
ciudad. Hasta que se tropezó con Damián. Con enorme<br />
alegría lo saludó y él, contrariamente a lo esperado, no<br />
pareció reconocerla. No, al menos, al instante. Dio la<br />
impresión <strong>de</strong> que buscaba en su memoria hasta que,<br />
finalmente, <strong>de</strong>volvió el saludo y le <strong>de</strong>dicó una sonrisa<br />
extraña, a la vez que la observaba con una mirada malévola<br />
que no parecía la suya. Amanda, confundida, lo tomaba a<br />
broma y le invitaba a acompañarla en su paseo. Él<br />
aceptaba, aunque no parecía satisfecho. Amanda hablaba,<br />
pero Damián no respondía. Se limitaba a seguirla como si<br />
fuera su guardaespaldas. Parecía nervioso y excitado.<br />
Pero Amanda lo tomaba como cosa normal. Habría tenido<br />
un mal día. En el sueño todo parecía tan real que hasta <strong>los</strong><br />
comportamientos extraños <strong>de</strong>bían tener justificación.<br />
Realmente, como suce<strong>de</strong> en ocasiones, no era consciente<br />
<strong>de</strong> estar viviendo un sueño.<br />
<strong>El</strong> paseo proseguía durante unos minutos<br />
incómodos que a Amanda se le hacían eternos. Poco a poco<br />
abandonaban el centro <strong>de</strong> la ciudad y se a<strong>de</strong>ntraban por<br />
calles extrañas y oscuras. <strong>El</strong> tipo <strong>de</strong> lugar por el que una<br />
joven no querría caminar sola en la noche. Pero iba con<br />
Damián y eso la tranquilizaba.<br />
Sólo entonces Damián cobraba vida y parecía<br />
reaccionar. Una sonrisa ominosa se dibujaba en su rostro<br />
hasta ahora inexpresivo. Amanda quería pensar que se<br />
trataba <strong>de</strong> una broma, pero algo en el gesto Damián le<br />
<strong>de</strong>cía que no era así. De hecho, parecía que aquel tipo no<br />
fuera realmente Damián.<br />
Parsimoniosamente, ignorando las preguntas <strong>de</strong><br />
Amanda, Damián se colocaba unos guantes. Sin prisas,<br />
Damián sujetaba a Amanda por el brazo y, ejerciendo una<br />
incómoda presión, la arrastraba a un callejón oscuro. Allí,<br />
sin aviso o premeditación, Damián la abofeteaba. Lo que<br />
hasta ahora había resultado extraño se convertía <strong>de</strong><br />
repente en <strong>de</strong>sagradable y amedrentador. Damián volvía a<br />
golpearla una y otra vez. <strong>La</strong> arrojaba al suelo y la forzaba.<br />
Como si no <strong>de</strong>seara el consentimiento que ella le habría<br />
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dado <strong>de</strong> buen grado, la asaltaba cual un violador. Con<br />
agresividad y vehemencia la penetraba como un animal,<br />
insensible a sus súplicas para luego, una vez finalizado el<br />
acto, extraer <strong>de</strong> su abrigo un enorme cuchillo brillante y<br />
afilado que apoyaba contra su cuello. Una risa nerviosa e<br />
histérica precedía al gesto <strong>de</strong> rebanarle el pescuezo. Sólo<br />
en ese momento <strong><strong>de</strong>l</strong> sueño Amanda se <strong>de</strong>spertaba con un<br />
grito <strong>de</strong> terror. A su lado saltaba, como movido por un<br />
resorte, el verda<strong>de</strong>ro Damián, que hasta entonces<br />
reposaba plácidamente a su lado. <strong>El</strong> amante preguntaba y<br />
trataba <strong>de</strong> consolarla, entre divertido y confundido por la<br />
explicación <strong>de</strong> Amanda. Aquella primera vez todavía podía<br />
hacerle gracia aquel malvado alter ego ficticio que había<br />
asaltado a su novia en mitad <strong><strong>de</strong>l</strong> sueño.<br />
Aquella vez tampoco Amanda le dio mayor<br />
importancia a la pesadilla. Por <strong>de</strong>sagradable que hubiera<br />
sido, no era más que un sueño. Y la realidad la <strong>de</strong>volvía<br />
junto al Damián atento y amable que la consolaba con esa<br />
dulce mezcla <strong>de</strong> ternura y amor que sabía <strong>de</strong>dicarle.<br />
No imaginaba Amanda que noche tras noche su<br />
cerebro le jugaría la misma mala pasada. Quizá el sueño<br />
era fruto <strong>de</strong> su subconsciente atormentado por dudas<br />
insensatas y temores inexplicables. Pero el hecho<br />
innegable era que distintas variantes <strong>de</strong> la pesadilla<br />
atormentaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces a Amanda cada vez que se<br />
dormía. Siempre con la presencia <strong>de</strong> aquel temible émulo<br />
<strong>de</strong> su querido Damián. En el sueño, como un terrible golem<br />
carente <strong>de</strong> sentimientos, aquel ser extraño con el aspecto<br />
<strong>de</strong> Damián se presentaba ante Amanda. <strong>El</strong>la, las primeras<br />
noches, trataba <strong>de</strong> entablar conversación con él, confiada<br />
<strong>de</strong> encontrarse con el Damián que conocía. Sólo cuando<br />
comprobó que siempre era el falso Damián quien la<br />
atormentaba, empezó a rehuirlo. Pero era inútil. Él la<br />
perseguía, la buscaba. <strong>La</strong> encontraba y maltrataba. Con su<br />
presencia, con sus gestos, con sus palabras o sus actos.<br />
Noche tras noche Amanda sufría una terrible pesadilla <strong>de</strong><br />
la que <strong>de</strong>spertaba en el momento culminante para<br />
encontrarse con el rostro amable <strong><strong>de</strong>l</strong> que hasta hacía unos<br />
instantes era su torturador y muchas veces asesino.<br />
<strong>El</strong> Damián real sufría tanto o más que ella. No<br />
comprendía aquello, por más que se esforzaba en buscarle<br />
una explicación. Pero se daba cuenta <strong>de</strong> que, en ocasiones,<br />
y cada vez más frecuentemente, Amanda se estremecía<br />
cuando él la abrazaba tratando <strong>de</strong> consolarla y en algún<br />
momento, aun sin preten<strong>de</strong>rlo, le dirigía una mirada<br />
aterrorizada. Que sin duda merecía el personaje <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
sueños, pero no él, que se convertía en su triste<br />
<strong>de</strong>stinatario.<br />
<strong>La</strong> anécdota <strong>de</strong> una noche se convirtió en<br />
pesadilla recurrente y, finalmente, en terrible costumbre.<br />
En algo lo bastante serio como para que Damián le pidiera<br />
a Amanda que consultaran a un psiquiatra, preocupado<br />
porque aquellas ridículas imágenes nocturnas podían