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La habitación del miedo - El despertar de los muertos

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Aborrezco especialmente esas manifestaciones<br />

que preten<strong>de</strong>n <strong>de</strong>sestabilizar <strong>los</strong> países. <strong>La</strong>s que usan<br />

razones aparentemente humanitarias para lanzar sus<br />

mensajes nihilistas. Y contemplo con estupefacción como<br />

<strong>los</strong> borregos logran en ocasiones cumplir sus objetivos.<br />

Si opino que la <strong>de</strong>mocracia es un sistema político<br />

execrable, más abominables aún me parecen estas<br />

reuniones contestatarias que el po<strong>de</strong>r civil se ve obligado<br />

a admitir para no ser tachado <strong>de</strong> intolerante o fascista.<br />

Si por mí fuera, prohibiría todas las<br />

manifestaciones y aquellas reuniones que no fueran <strong>de</strong><br />

carácter <strong>de</strong>portivo o cultural, ya sean juegos florales o<br />

festivales <strong>de</strong> danzas regionales. Pero como sé que eso es<br />

imposible en estos tiempos <strong>de</strong> hipocresía, mendacidad y<br />

doblez, quiero aprovechar esta ocasión para proponer a<br />

nuestros gobernantes una posible solución a <strong>los</strong><br />

quebra<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> cabeza que en más <strong>de</strong> una ocasión les<br />

causan las multitu<strong>de</strong>s vociferantes.<br />

Mi propuesta es <strong>de</strong> carácter cívico, en el más<br />

amplio sentido <strong>de</strong> este término. Se trata <strong>de</strong> impedir <strong>los</strong><br />

inconvenientes provocados por las manifestaciones, tanto<br />

el uso partidista, mediático y manipulador que se hace <strong>de</strong><br />

las mismas como <strong>los</strong> problemas que causan a <strong>los</strong><br />

ciudadanos <strong>los</strong> cortes <strong>de</strong> tráfico, <strong>los</strong> atascos o el ruido <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> manifestantes.<br />

Una propuesta sencilla, pero que tengo el orgullo<br />

<strong>de</strong> po<strong>de</strong>r presentar como propia pues no sé <strong>de</strong> nadie a<br />

quien se le haya ocurrido con anterioridad.<br />

<strong>La</strong> cuestión es que <strong>de</strong>bemos sacar las<br />

manifestaciones <strong>de</strong> nuestras ciuda<strong>de</strong>s y reducir su<br />

perniciosa influencia. Para ello propongo que se habiliten<br />

manifestódromos en la periferia <strong>de</strong> nuestras urbes,<br />

lugares amplios don<strong>de</strong> quepan las multitu<strong>de</strong>s que, a modo<br />

<strong>de</strong> romerías, verían diluido su impacto sobre el ambiente<br />

y sus gentes. Habría que construirles a <strong>los</strong> manifestantes<br />

enormes avenidas por las que exhibirse. Tan gran<strong>de</strong>s y<br />

amplias que sus gritos no se escucharan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

distancia, tan gigantescas que cupiesen todos cuantos<br />

quisieran acudir a ellas, ya fueran cientos, miles o<br />

millones <strong>los</strong> congregados.<br />

Esto evitaría muchos problemas a las ciuda<strong>de</strong>s y<br />

<strong>los</strong> políticos. A las primeras <strong>los</strong> <strong>de</strong> la congestión <strong>de</strong> sus<br />

calles y <strong>los</strong> problemas consecuentes, ya sean <strong>de</strong> tráfico,<br />

ruido o suciedad. A <strong>los</strong> segundos les daría el control <strong>de</strong> la<br />

situación. Por gran<strong>de</strong> que sea una multitud, sus efectos se<br />

diluyen en la inmensidad <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sierto. Con la<br />

particularidad <strong>de</strong> que la imagen <strong>de</strong> una multitud en la<br />

distancia o colocada sobre un paisaje lo bastante amplio<br />

pier<strong>de</strong> mucho. Ya no impresiona, ni <strong>los</strong> manifestantes<br />

asustan por su número. Siempre parecerán pequeños e<br />

insignificantes. Si apenas se les ve, si casi no se les oye,<br />

si se ven <strong>de</strong>sbordados por el entorno, si les es difícil<br />

llegar al lugar <strong>de</strong> la cita, si sus protestas no tienen eco<br />

social, <strong>los</strong> manifestantes pronto se cansarán <strong>de</strong> predicar<br />

para nadie y tan nefasta costumbre acabará por<br />

<strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong> <strong>los</strong> países civilizados <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo.<br />

34<br />

¡Y qué <strong><strong>de</strong>l</strong>icia po<strong>de</strong>r pasear sin el temor <strong>de</strong><br />

tropezar con una <strong>de</strong> esas marchas multitudinarias que me<br />

crispan <strong>los</strong> nervios y me agrian el humor!<br />

Narciso <strong>de</strong> Lego<br />

(patriota, urbanita y genio político)<br />

EL MONSTRUO PARADO<br />

¡Qué triste tener que agra<strong>de</strong>cer que te<br />

esclavicen por horas a cambio <strong>de</strong> dinero! A todos –o casi,<br />

nunca se pue<strong>de</strong> poner a todo el mundo en el mismo<br />

paquete- nos gustaría ser ricos. Po<strong>de</strong>r gozar <strong>de</strong> una<br />

inactividad millonaria sin preocuparnos por precios o<br />

facturas. Dedicarnos, si queremos, a nuestras aficiones.<br />

Incluso tomarlas como un oficio respetable. Y, sin<br />

embargo, ¡qué triste es estar <strong>de</strong>sempleado! Ser un inútil,<br />

un miserable. Sentirse, al menos, así. Carecer <strong>de</strong> dinero y<br />

verse privado <strong>de</strong> <strong>los</strong> medios para conseguirlo. Ver ante ti<br />

el vacío que te hace temer por el futuro y te presenta, <strong>de</strong><br />

una vez, a muchos <strong>de</strong> <strong>los</strong> monstruos que aquí se han<br />

mostrado.<br />

En la tradición cristiana, en particular en la<br />

protestante, el trabajo justifica y la inactividad envilece.<br />

Estemos o no <strong>de</strong> acuerdo con la máxima, todos<br />

coincidiremos en que, por más que adoremos la inactividad<br />

<strong>de</strong> un ricachón indolente –que también <strong>los</strong> hay que no<br />

cesan <strong>de</strong> trabajar, como si el dinero fuera un producto<br />

secundario <strong>de</strong> su adicción a la actividad- o la <strong>de</strong> nuestras<br />

vacaciones –siempre <strong>de</strong>masiado cortas-, pocas cosas nos<br />

afectan tanto como las vacaciones forzosas. Te cambia el<br />

ánimo. Se te altera el carácter. Se te hun<strong>de</strong> la<br />

autoestima. Y <strong>de</strong>seas, como si fuera un sueño dorado,<br />

tener que levantarte nuevamente a las seis o las siete <strong>de</strong><br />

la mañana para dirigirte a tu precioso puesto <strong>de</strong> trabajo<br />

don<strong>de</strong> <strong>de</strong>sarrollarás una tarea rutinaria cuya utilidad te<br />

resulta, cuando menos, dudosa, mientras un jefe siempre<br />

horrible y negrero o unos clientes insufribles te hacen<br />

<strong>de</strong>sear la hora <strong>de</strong> salir. Pero, por más que odiemos<br />

ejecutar ese trabajo que, según nos dicen, tanto nos<br />

engran<strong>de</strong>ce, siempre preferimos su dolor al terrible<br />

monstruo <strong>de</strong> su ausencia.<br />

CUESTIÓN DE CONFIANZA<br />

<strong>La</strong> historia que voy a contar tiene relación con<br />

esos <strong>miedo</strong>s ocultos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que apenas somos conscientes<br />

y que respon<strong>de</strong>n a nombres que consi<strong>de</strong>ramos fruto <strong>de</strong> la<br />

civilización: costumbre, hábito, buena educación. Miedos<br />

resultado <strong>de</strong> la inhibición artificial <strong>de</strong> <strong>los</strong> impulsos más<br />

primarios <strong>de</strong> las gentes. Una inhibición convertida en<br />

norma <strong>de</strong> costumbre es tan po<strong>de</strong>rosa para el hombre<br />

como una ley natural. Nuestro pudor, sin ir más lejos, no<br />

es más que una <strong>de</strong>rivación <strong>de</strong> ese <strong>miedo</strong> a transgredir un<br />

tabú.

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