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Wolf
el Incomprendido
de estas historias, con la madurez comenzó a ponerse teniente.
Duro de oído. Bastante. Bueno, mucho. Sobre todo cuando lle-
gaba a un puerto de mar. Por aquello de la presión. Pero como
era nescio, a pesar de las recomendaciones de amigos y audio-
protesistas, siempre se negó a ponerse un audífono. Le daba ver-
güenza. Y esa turbación fue causa de su desventura.
Era miembro de la FETNE (Federación Turística del Norte
de España) y en cumplimiento del cargo, con mucha frecuencia,
asistía en Gijón a solemnes reuniones en las que se arreglaban los
destinos sectoriales de las regiones norteñas. La verdad es que no
se enteraba de casi nada, sobre todo si la junta se celebraba recién
llegado a la hermosa ciudad. Y así ocurrió el día infausto.
Necesitaba, al menos, una hora y media para la descompresión
pero, cagüen, se incorporó a la asamblea con el tiempo justo.
Entró en la sala de reuniones y creyó observar que una
buena parte de asistentes le miraba con más afecto del acostum-
brado. Le daban palmadas. Le sonreían y decían cosas que intuía
positivas. Entender, ni jota.
- De esta me hacen Presidente. Después de tantos años se
han dado cuenta de mi trayectoria-pensó.
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