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Wolf
el Incomprendido
“Cursos de Verano para Extranjeros”, iniciados un lustro antes
en su pueblo, habían tomado cuerpo y numerosas francesas (de
aquella los extranjeros sólo eran franceses) pasaban el verano en
la ciudad que le vio nacer. No es que estudiaran demasiado pues
se pasaban las noches bebiendo vino peleón y ejercitándose en
otras actividades no tan agresivas, pero llevaban a clase cartero-
nas repletas de libros y apuntes. Además, hablaban español con
más soltura académica que muchos lugareños. Una anochecida
de vino y tortillas, Wolf preguntó a una de ellas el por qué de
aquella fluidez con el castellano.
- ¿Dónde aprendiste tan bien el español?
Ella, sorprendida, como pensando “este es tonto o está mal
de la cabeza”, le contestó: à l´ecole, naturellement. Claro,
¿dónde iba a ser? Al tiempo en España, aun después de seis años
de bachiller y el francés como lengua obligatoria, no se sabía
decir ni “güi”. ¡Ah los idiomas en España! Sólo se estudiaba con
rigor la fecha de la toma de Bilbao y el descubrimiento de
América por un señor que, según decían, era español. De tal
suerte, las gabachas empollaban poco, iban a clase dormidas y
casi todas regresaban a París, Nimes o Montpellier, con el híga-
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