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Wolf
el Incomprendido
en la cabeza a la bruja de la abuela. No sé dónde vamos a ir a
parar -contestaba.
- Pues yo sigo dejando a mi padre en las gasolineras cuan-
do llegan las vacaciones.
- Bueno, yo eso lo hago con mi madre.
- ¿Y qué es del jeta de tu hijo?
- Muy bien. Como al tuyo le pillaron con dos kilos de coca
y está en el trullo. Por cierto, Ramonín creo que te salió mari-
cuelo. Tiene más pluma que los gallos de La Cándana. ¡Qué ele-
mento!
Una de las costumbres más arraigadas llegadas tan señala-
das fechas era reunirse en familia el 24 y el 25 de diciembre. Las
broncas entre allegados solían ser memorables y siempre ter-
minaban como el rosario de la aurora. En los casos más ejem-
plares alguien llamaba a la policía o a una ambulancia para que
trasladara a dos cuñados sangrantes a urgencias. Se habían
arreado de lo lindo. Al tiempo, el resto cantaba bonitos villan-
cicos coreados por los pequeñuelos de la casa ahítos de anise-
te. Los niños ¡angelitos míos!, solían tomar parte activa de la
celebración con zambomba y tambor, regalados por el más per-
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