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Wolf
el Incomprendido
petaban los pasos de cebra y, en ocasiones, descendían de sus
automóviles para ayudar a las viejecitas impedidas recién opera-
das de la cadera. Nadie detrás tocaba el pito, es decir, el claxon.
Aprovechaban el momento para llamar desde el teléfono móvil a
su párroco y preguntarle la hora de la novena del viernes; la de
las ánimas.
Los nobles políticos municipales también representaban un
ejemplo para el resto del país. En cada ocasión que se convoca-
ba Ayuntamiento Pleno, decenas de autocares repletos de ciuda-
danos llegados de los cuatro puntos cardinales se acercaban a la
ciudad para aprender concordia. Instalábanse grandes pantallas
en la plaza con el fin de que los foráneos pudieran contemplar en
directo aquellas muestras de cultura, civismo y educación políti-
ca. En cierta ocasión un pleno fue retransmitido vía satélite por
la BBC de Londres. Incluso Blair quedó asombrado. Y no diga-
mos en Madrid.
El desarrollo de las sesiones era modélico y edificante.
- Con la venia del señor Alcalde -se iniciaba el portavoz
don Barsilio Callejo.
- Usted la tiene, mi querido señor Callejo.
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