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Wolf
el Incomprendido
cuánto), se mostraba un tanto sofisticada y con la justa delgadez
para no aparecer huesuda. Una joya con ojos verde esmeralda.
La repera.
Una tarde, a eso de las seis, Françoise, papá, mamá y la
abuela, tuvieron que salir para visitar a unos parientes en el cer-
cano Suresnes. El calor era insoportable. La tía Emile quedó en
casa. Portaba un vestido verdoso cerrado con larga cremallera.
Ofreció a Wolf una, dos, tres copas de un licor de Bretaña. Al
tiempo que el calor arreciaba, poco a poco, la tía se iba bajando
el cierre con lentitud. “¡Qué calor, mon cher!”. Wolf, nervioso,
intuía la que le venía encima. Y le vino. Finalmente la tía corrió
el artilugio rápidamente hasta los bajos, no sin cierta dificultad
al final. Siempre se atasca con las prisas. Se abalanzó sobre él
con furor interino. Wolf se resistió mientras pudo. El problema
era que podía resistir todo menos la tentación. Y, sudorosos,
entre pitos y flautas, pecaron largamente. Tanto, que se pasaron
de tiempo y apareció la abuela. Le había dado un pequeño vahí-
do y volvió antes de lo previsto.
En una pared del salón donde se desarrollaban los hechos,
colgaba rústica y enorme sartén de cobre brillantón. La abuela no
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