Antorcha en Puebla - Buzos

ANÁLISIS ECONÓMICO
Empresas pequeñas,
al servicio de las grandes
La imagen foxista del autoempleo.
Abel Pérez Zamorano
El actual gobierno se ha convertido en un vendedor
de ilusiones en lugar de promotor de soluciones
reales para una población desencantada que sigue esperando
alternativas verdaderas, sobre todo, ante los recortes
frecuentes que la arrojan a la calle y que han creado uno de
los niveles de desempleo más elevados que haya sufrido
el país en las últimas décadas. A la gente se le dice que si
quiere trabajo, debe “autoemplearse”. Así, la magnifica contribución
del gobierno se reduce a predicar a los millones de
desempleados que deben convertirse en “microempresarios”,
para no tener un patrón y ser independientes, aunque todo
esto no es más que la aceptación implícita del rotundo fracaso
de la actual administración para generar el millón 300 mil
empleos anuales que prometió el presidente. La campaña de
medios es insistente, y cara, presentando en televisión y radio
a supuestos prósperos microempresarios, que ya salieron del
desempleo y no son humillados por nadie, sino que tienen
su propio negocio, sólo gracias a su iniciativa.
En la realidad, el concepto mismo de “microempresas”
independientes, es engañoso, pues una gran parte de éstas no
son más que empleados de las grandes empresas. Si no es que
en todos los casos, las más de las veces existen a condición
de servir a las grandes y sólo sobreviven si se subordinan
totalmente a ellas. De acuerdo con la teoría, existen dos
formas de relación entre empresas, como lo han demostrado
Ronald Coase y Oliver Williamson: la coordinación a través
del mercado, atendiendo al mensaje de los precios y la oferta
y demanda de los productos, o bien, mediante la integración
orgánica bajo un solo mando formal, cuando una empresa
adquiere a otra o se fusionan.
En algunos casos, en efecto, las empresas encuentran más
ventajoso integrarse bajo un mando central en lugar de existir
como entidades independientes. No se coordinan a través del
mercado, sino de una gerencia única, volviéndose orgánica la
relación y eliminando, así, los llamados costos de transacción,
en los que incurrirían al comprarse y venderse entre sí.
Pero muchas encuentran más rentable y libre de riesgos
mantener entre ellas y las pequeñas una estricta relación de
mercado. Por ejemplo, los proveedores de un supermercado,
son independientes, “no tienen jefes” y “escapan” así a la
situación de asalariados; son “empresarios” jurídicamente
iguales a sus poderosos clientes. Las grandes empresas
agroindustriales no producen su materia prima, al menos
no la mayor parte; por ejemplo Nestlé compra la leche
a pequeños productores. Los
ingenios azucareros no tienen
tierras ni producen ellos mismos
la caña, sino que encuentran más
ventajoso que los campesinos
independientes lo hagan. En la
industria minera, ante el desplome
en el mercado de la plata se está
promoviendo talleres domiciliarios
de joyería para colocar así
su producto. A nivel domiciliario,
funcionan pequeños talleres que
hacen los acabados de prendas
para las grandes empresas de la industria
de la ropa. Finalmente, los
estanquillos son en realidad puntos
de distribución de las grandes
empresas de cigarrillos, refrescos,
etc. En apariencia todos ellos son
independientes, pero las empresas
imponen sus condiciones, plazos,
calidades, precios y castigos y
en muchos casos convierten los
hogares en talleres.
Volviendo al planteamiento inicial,
tanto la integración en una
sola como cuando una pequeña
sirve a una grande como empresa
independiente, son dos expresiones
de una sola esencia: la
subordinación de la primera a la
última, muy lejos de la tan traída
y llevada independencia del
“microempresario”, que por su
tamaño y su debilidad no puede
hacer transacciones con la gran
empresa en una relación entre
iguales. Su igualdad jurídica no
elimina su desigualdad real en
términos de capital, información
y poder de mercado.
La relación entre ellas no puede
ser de competencia. Las pequeñas
existen en tanto beneficien a
las grandes, y para mantenerse a
flote y generar un ingreso, deben
someter a su propietario y su familia
a un régimen tremendo de
autoexplotación, convirtiéndolos
en realidad en trabajadores de la
gran empresa. Tras una relación
mercantil, aparentemente entre
dos entes jurídicamente iguales,
se oculta una relación de subordinación.
Las microempresas se convierten,
en su gran mayoría, en
auxiliares de las grandes, a las
cuales benefician, en primer lugar,
asumiendo riesgos que corresponderían
a éstas. En el caso
de los pequeños productores cañeros,
si se siniestran las cañas,
hay mal tiempo, se descompone
el tractor, etc., ellos asumen
los costos, no el ingenio, que
sólo compra la caña en una
transacción puramente comercial.
Existen también pequeños
transportistas, con tres o cuatro
camiones, que dan servicio a
grandes empresas, pero si una
unidad es robada, la gran empresa
no pierde nada, pues sólo
había subcontratado con la otra.
Para protegerse del riesgo, el
pequeño transportista tendrá que
pagar un seguro, aumentando así
sus costos. En la producción de
leche es el pequeño productor
quien asume el riesgo de enfermedades
de las vacas, etc., o si
cae la demanda.
En segundo lugar, además de
reducir el riesgo, las empresas
pequeñas aumentan las ventas y
reducen los costos a las grandes,
compitiendo entre sí por hacer
el trabajo más barato y con más
facilidades. Por todo lo anterior,
crear microempresas beneficia a
las grandes. Y si compiten será
sólo en el corto plazo, pues a la
larga, la derrota de las pequeñas
es segura o quedan condenadas
a la marginalidad.
cemees_abelpz@yahoo.com.mx
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