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20<br />
Avión Yokosuka E14Y, que piloteó Fujita durante su misión<br />
reunión secreta en torno a su plan en la que<br />
estaba presente nada menos que el príncipe<br />
Takamatsu, el hermano pequeño de la Sagrada<br />
Grulla, el emperador Hiro Hito (véase el<br />
libro de referencia de la aventura, The Fujita<br />
Plan, de Mark Felton, Pen & Sword, 2006).<br />
“Fujita, vamos a enviarle a bombardear el<br />
continente americano”, le dijeron. A lo que<br />
el piloto contestó doblándose por la cintura<br />
con un lacónico y marcial: “¡Hai!”.<br />
Nacido en 1911, <strong>No</strong>buo Fujita, pequeño y<br />
nervudo, se alistó en la Armada Imperial en<br />
1932 y, prendado de los aeroplanos y de la<br />
mística del vuelo como muchos otros jóvenes<br />
de la época, consiguió hacerse aviador de<br />
la marina, un destino entonces exclusivísimo,<br />
una pequeña hermandad de pilotos de élite<br />
que por un tiempo reinaron en los cielos de<br />
Asia. Fujita fue piloto de pruebas, y parece<br />
que excelente, todo un natural flyer, y luego<br />
lo enviaron no a portaaviones, sino a submarinos<br />
-un destino extravagante para un aviador<br />
en cualquier otra armada-.<br />
Embarcado en el I-25 durante la II Guerra<br />
Mundial, vivió aventuras sin cuento realizando<br />
atrevidos vuelos de reconocimiento desde<br />
el sumergible con su aparato, en puro estilo<br />
vol de nuit, orientándose por la luz de los faros<br />
costeros (incluso voló sobre los puertos<br />
de Sidney, Melbourne y Auckland). Su aero-<br />
plano era el pequeño hidroavión<br />
Yokosuka E14Y (denominado<br />
Glenn por los aliados), que se lanzaba<br />
desde una rampa en cubierta<br />
y que los operarios montaban en<br />
una hora. Su velocidad de crucero<br />
era de 135 kilómetros por hora,<br />
tenía una autonomía de cinco horas<br />
y, por toda defensa, una ametralladora<br />
de 7,7 milímetros.<br />
Aquel 9-S-42 en la costa de Estados<br />
Unidos, tras colocarse las antiparras típicas<br />
de los pilotos japoneses en forma de ojos<br />
de gato, despegar con el buen augurio del sol<br />
naciente que se espejeaba en sus alas y escuchar<br />
los “¡banzai!” de rigor de la tripulación<br />
del I-25, Fujita y su observador, Shoji Okuda<br />
(que moriría luego durante la guerra), volaron<br />
entre neblina y lanzaron sobre un denso<br />
bosque la primera de las seis bombas de 76<br />
kilos, que dispersaban al detonar 520 bolitas<br />
incendiarias en un área de 90 metros cuadrados.<br />
Vieron el brillo de la explosión y llamas.<br />
Vecinos del pueblecito de Brookings y guardabosques<br />
siguieron con lógica preocupación<br />
las evoluciones del avioncito japonés, y se dio<br />
la alarma, incluso al FBI.<br />
Los fuegos se extinguieron por sí mismos.<br />
Fujita volvió a atacar el día 29, esta vez de<br />
noche, con el mismo resultado. De regreso al<br />
sumergible, salieron convencidos de que habían<br />
efectuado una buena operación.<br />
La parte bonita de la historia de Fujita viene<br />
después de la guerra (en la que continuó volando<br />
desde submarinos hasta que en 1944<br />
le transfirieron al adiestramiento de kamikazes,<br />
un destino sin mucho futuro). En 1962,<br />
el viejo piloto reconvertido en comerciante<br />
de metales recibió una invitación para viajar<br />
a Brookings.