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Temiendo que fuera para juzgarle<br />
por crímenes de guerra, se<br />
llevó su espada, por si había que<br />
hacerse el haraquiri. Con gran<br />
sorpresa de su parte, le recibieron<br />
con simpatía. Tanta, que decidió<br />
regalar al pueblo el sable de su familia<br />
-el que llevó en sus vuelos-,<br />
que se exhibe en el Ayuntamiento<br />
de la localidad. Fujita regresó<br />
varias veces al pueblo, del que fue<br />
nombrado ciudadano honorario,<br />
e incluso volvió a volar sobre los<br />
parajes de su ataque y plantó un<br />
árbol -un retoño de secuoya- en<br />
el lugar exacto donde cayó una<br />
de sus bombas. En 1997, cuando<br />
Fujita murió de cáncer de pulmón,<br />
su hija Yoriko enterró parte<br />
de sus cenizas entre los bosques<br />
que el samurái aviador quiso un<br />
día incendiar.<br />
La peripecia individual de Fujita aparece<br />
como una fantástica aventura de la vieja escuela.<br />
<strong>No</strong>s recuerda que más allá de la imagen<br />
de los soldados japoneses como una horda<br />
fanatizada y salvaje -el estereotipo, a menudo<br />
bien real, esencializado en el tokko, el<br />
ataque especial, suicida, de los enjambres de<br />
kamikazes o las manadas de kaiten (torpedos<br />
humanos)-, los militares nipones también<br />
protagonizaron lances novelescos, hazañas<br />
admirables.<br />
Es el caso del as aviador Junichi Sasai, el Richtofen<br />
de Rabaul, cinturón negro de yudo<br />
-aunque en el aire no le debía servir de mucho-<br />
que a los mandos de su Zero derribó<br />
tres P-39 estadounidenses en 20 segundos y<br />
logró ¡cinco victorias! en el mismo día sobre<br />
Guadalcanal, y además era apuesto y sensible.<br />
O el de Kanichi Kashimura, el piloto que<br />
<strong>No</strong>buo Fujita<br />
regresó con sólo un ala (hay fotos).<br />
A esa tradición de coraje y<br />
nobleza, de aeroplanos envueltos<br />
en un ethos de bushido, en<br />
flores de cerezo y haikus, pertenece<br />
Fujita.<br />
Su hazaña dio origen a la OPE-<br />
RACIÓN PX que consistía en<br />
una flota de submarinos, incluidos<br />
los nuevos gigantes de la serie<br />
I-400, verdaderos portaaviones<br />
sumergidos, equipados cada<br />
uno con tres bombarderos Aichi<br />
M6A1 Seiran, que debían lanzar<br />
un ataque bacteriológico contra<br />
San Francisco con material suministrado<br />
por la unidad 731 del<br />
coronel Ishii. El fin de la guerra<br />
detuvo esos y otros planes devastadores.<br />
Fujita regaló al pueblo de Brooklings en 1962 su bien más<br />
preciado, la espada de Samurai de sus antepasados que ciñó<br />
durante su misión de combate a los Estados Unidos.<br />
La espada de Samurai donada por <strong>No</strong>buo Fujita<br />
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