pdf_200904012351
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1<br />
Cada vez está más triste y más violento el co razón de Canek.<br />
Antes hablaba y decía su pensamiento. Ahora casi ha enmudecido;<br />
aprieta los puños y se va solo por los cami nos de espinas,<br />
de piedra y de sol. Le acom paña su sombra. En los ojos<br />
de Canek se ha encendido la sangre de los indios. La sombra<br />
de Canek es roja.<br />
2<br />
La caravana de las domésticas partió de Izamal y tomó el camino<br />
empedrado que descendía hasta la antigua T-Hó. En los<br />
bo lanes iban las ancianas y a pie caminaban las mozas. Unos<br />
jinetes y unas monjitas las cus todiaban. Los jinetes maldecían<br />
y las monjitas rezaban. Los jinetes y las monjitas arreaban la<br />
caravana cuando ésta, cansada, se detenía en el camino.<br />
Canek seguía la caravana y, de vez en vez, repartía entre las<br />
indias maíz cocido em papado de miel.<br />
3<br />
Sobre la tarima del matadero dos peo nes destazaban reses. Escurría<br />
por los cana les de ladrillo la sangre de las bestias. De<br />
pronto los peones, por causa de su intimi dad, se revolvieron<br />
con fiereza, se acome tieron y cubrieron de heridas.<br />
Canek quiso tomarlos a la razón. Un matancero lo apartó<br />
diciéndole:<br />
—Déjelos que se acaben. Así hay más sangre y la ganancia<br />
aumenta.<br />
4<br />
El mayocol azotó al barbero de la ha cienda. Le rajó la piel y<br />
sobre sus llagas roció vinagre. Después se tumbó como una<br />
bestia mansa para que le rasurara. La navaja en la garganta del<br />
mayocol era como un relámpa go.<br />
Canek, inmóvil, se mordía las manos.<br />
Canek 65