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18<br />

Del rancho de San Joaquín regresaron las tropas blancas que<br />

perseguían a Canek. Un capitán dijo:<br />

—Traigo un hato de cincuenta bestias.<br />

Otro capitán dijo:<br />

—Sólo cuento veinte.<br />

—El número se completa con indios.<br />

19<br />

Canek lo sabe: en la plaza de Cisteil las piedras se desangraban<br />

junto a los indios muertos. Para las piedras y para los indios<br />

la plaza fue un campo de batalla. Para los blan cos la plaza de<br />

Cisteil fue un circo.<br />

20<br />

Canek lo pensó pero no lo dijo. Los in dios que estaban cerca de<br />

él lo adivinaron. En el momento del ataque, los indios delanteros<br />

tenían que esperar que el enemigo hi ciera fuego. Entonces los<br />

indios de atrás avanzaban caminando sobre sus muertos.<br />

21<br />

El Gobernador de la providencia comu nicó a quien debía que<br />

la rebelión de los in dios fue cruel y que sus jefes despreciaron,<br />

llevados de sus instintos animales, la fe, la ra zón y las costumbres<br />

cristianas; y que por es to y, como escarmiento aconsejado<br />

por la prudencia, se procedía a castigar a los pro motores con<br />

energía acorde con la caridad.<br />

Cuando terminó su informe, el Gober nador preguntó a<br />

uno de sus edecanes:<br />

—¿En dónde está ese pueblo rebelde que llaman Canek?<br />

El edecán salió a investigar.<br />

22<br />

Francisco Ux, señor de Tabi, cuando lo aprehendieron, dijo<br />

que él era Canek y se dejó amarrar junto a una hoguera.<br />

Murió quemado.<br />

80 Literatura

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