pdf_200904012351
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cega ron los pozos y mataron las palomas que regresaban a<br />
sus palomares.<br />
Cuando por la noche se alejaron los es birros, detrás de<br />
ellos, como una sombra blanca, adensada en las tinieblas,<br />
caminaba Jacinto Canek.<br />
14<br />
En Tiholop aprehendieron a unos indios que de rodillas decían<br />
el nombre de Canek. En Tixcacal aprehendieron a<br />
unos indios que de pie decían el nombre de Canek. En Sotuta<br />
aprehendieron a unos indios que, en silen cio, decían<br />
el nombre de Canek.<br />
15<br />
El rancho de San José, porque dio asilo a Canek, fue incendiado<br />
por los blancos. Un capitán quiso dejar salir a los indios.<br />
Pero otro capitán le dijo:<br />
—Déjalos dentro. El indio quemado ha ce buen abono.<br />
16<br />
En la paramera soledad de Sibac no hay piedras para levantar<br />
una trinchera. En el ho rizonte rojo se adivina la presencia<br />
de los blancos. Canek, desnudo, con los pies clava dos<br />
en el suelo, se dispone a resistir. El Padre Matías contempla<br />
la capilla que con sus manos estaba fabricando. La derriba<br />
y amontona las piedras en el camino. Le ha dado un plazo<br />
a la muerte.<br />
17<br />
La tía Micaela no ha querido huir. Se ha quedado para enterrar<br />
a los muertos. Con sus lágrimas les limpia la cara.<br />
Con sus manos empuja los cuerpos negros. Para que la tierra<br />
de las zanjas no caiga sobre los ojos, se los cubre con<br />
hojas de yantén. Entre los cuerpos busca el de Canek, y<br />
como no le en cuentra sonríe.<br />
Canek 79