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23<br />

En la sabana de Sibac los esbirros aprenhendieron a Canek y<br />

a sus amigos. Uno de los esbirros, de nombre Malafacha, le<br />

ató las manos.<br />

—Capitán —dijo Canek—, le va a faltar cordel.<br />

Malafacha torció el nudo.<br />

—Es inútil, capitán —añadió Canek—, le va a faltar cordel<br />

para atar las manos de to do el pueblo.<br />

Canek sonrió. La sangre escurría de sus manos como una<br />

llama dócil.<br />

24<br />

Los dragones regresaron cantando can ciones devotas. Detrás<br />

de ellos, atados con cadenas, cubiertos de polvo y de sangre,<br />

arrastrando los pies, caminaban los indios prisioneros en Sibac.<br />

Delante de los indios, Canek parecía un escudo y una bandera:<br />

el pecho cubierto de sangre y el cabello agitado por el viento.<br />

25<br />

Los indios aprehendidos fueron azota dos en la cárcel. Los soldados<br />

que custo diaban a Canek dejaron de hablar: en las es -<br />

paldas de Canek aparecieron las estrías de los cintarazos.<br />

26<br />

Los jueces acordaron cortar una mano a Domingo Canché.<br />

El verdugo, acostumbra do a matar por la espalda a los indios,<br />

en presencia de Canché tuvo miedo y de las manos se le cayó<br />

el machete. Lo recogió Canché y, de un tajo, se cercenó la<br />

mano. Luego se la entregó al verdugo.<br />

27<br />

Para que el alma de Ramón Balam lle gara más pronto al infierno,<br />

el verdugo le ahorcó con un cordel empapado de aceite.<br />

Como no había aceite en el cuartel, usó el aceite del altar. En<br />

el silencio de la tarde, el cuerpo de Balam olía a incienso. Una<br />

palo ma durmió en el hueco de sus hombros.<br />

Canek 81

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