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UNA PALABRA CON
LOS CINCO SENTIDOS
Itziar Gavilán
Existen multitud de maneras de que nuestros
cuerpos estén privados de libertad. Podemos estar
internos en un centro penitenciario; ser cautivos de
una enfermedad que nos mantenga postrados en un
lecho o de una discapacidad que nos condene a vivir
sentados en una silla de ruedas; también podemos estar
sometidos a las esclavitudes de la pobreza extrema, de
la guerra y de tantas otras formas de ataduras físicas.
Pero los seres humanos poseemos una libertad que ninguna
cadena puede oprimir, barrote alguno retener ni
silla de ruedas o trinchera arrebatar. Se trata de la
libertad interior para pensar, sentir y elegir la manera
de afrontar el cautiverio en el que se encuentra encerrado
nuestro cuerpo.
La reivindicación de la libertad interior o espiritual
constituye una parte fundamental del pensamiento de
Viktor Frankl, neurólogo, psiquiatra y escritor austriaco
que a lo largo de la Segunda Guerra Mundial estuvo internado
durante tres años en diversos campos de concentración.
Una de las obras más transcendentales de este autor
–El hombre en busca de sentido 1 – la escribió a partir de su
experiencia en los lager 2 nazis. El siguiente párrafo está
extraído de esta obra y sintetiza el pensamiento del autor
respecto a lo que consideraba una libertad irrenunciable,
la espiritual: “Cada hombre, aun en unas condiciones tan
trágicas, guarda la libertad interior de decidir quién quiere
ser –espiritual y mentalmente–, porque incluso en esas circunstancias
es capaz de conservar la dignidad de seguir
sintiendo como un ser humano (…)”.
El gusto de un limón bañado en miel
La libertad interior tiene el sabor agridulce de un limón
bañado en miel. La libertad nos proporciona el derecho a
decidir y el deber, en esa elección, de mantenernos fieles a
nosotros mismos; siempre leales a lo que nos dicte la con-
depaso
n12006
libertad
ciencia y asumiendo las consecuencias que genere la
opción tomada. La acidez del limón estimula la acción,
despierta los sentidos e invita a la toma de decisiones; un
ejercicio basado en el valor y que frecuentemente tiene el
gusto amargo del limón pero en el que finalmente se hace
presente la suavidad de la miel; su dulzura nos acompañará
siempre como recompensa, en esa acción de libertad, al
habernos mantenido leales a los pensamientos y sentimientos
propios, asumiendo con valentía las consecuencias
de los actos libremente escogidos.
El sonido de la voz
Al grito de Ruhe! –silencio en alemán– los vigilantes de los
campos de concentración nazis acallaban las voces de los
prisioneros; una voz destinada a silenciar muchas voces. El
escritor húngaro Imre Kertész, premio nobel de literatura y
antiguo prisionero en los lager de Auschwitz y Buchenwald,
da testimonio en su obra Sin destino 3 de cómo el silencio
era empleado por los guardas para someter a los prisioneros.
Así como el privilegio de la libertad espiritual es consustancial
al ser humano, pocos sonidos pueden reflejar el
sentimiento de libertad tan fielmente como lo hace la voz;
libertad para hablar y también, cómo no, para callar. Decir
y silenciar constituyen las dos formas de una misma libertad,
la de la expresión vocal. La variedad de sentimientos
que produce la libertad sólo es equiparable a la riqueza de
matices de la voz. Una libertad, la espiritual, y un sonido, el
de la voz, que son capaces por sí mismos de alcanzar las
cotas más altas de belleza, profundidad, intensidad y también,
para qué negarlo, de soledad y tristeza.