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SOLILOQUIOS DE UN JUDIO

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todos los dolores. Amor que nos mueve a obedecer a los más puros<br />

ímpetus humanos que nacen del deseo de ponernos en contacto con<br />

las más nobles ideas que centellearon en las mentes privilegiadas. Es<br />

el amor que espera paciente y silencioso en los anaqueles de nuestra<br />

biblioteca y que en los momentos de incertidumbre o de<br />

desfallecimiento del ánimo se levanta convertido en gallardo ejército<br />

batallador y, armado de luces interiores, lucha con denuedo hasta<br />

acabar con las sombras tenebrosas. Por mérito de la siembra bíblica<br />

sabe el judío que el libro comporta un afán de superarse, un deseo de<br />

purificarse, de alejar de nosotros las menudas pasiones cotidianas. Y<br />

por eso, pero sobre todo por experiencia histórica que nos ha<br />

inculcado la escuela, infundir en los hijos el amor al libro, al estudio<br />

y al saber, es para el judío, alcanzar el respeto a sí mismo, superado;<br />

alcanzar un estadio más elevado, una escala desde la cual es posible<br />

avizorar el perfeccionamiento del mundo que nos ha sido deparado.<br />

Así, lentamente, con el correr de los siglos, el libro y la escuela<br />

como órganos ineludibles, se han ido apoderando de los judíos con la<br />

fuerza de un amor que todo lo convierte en frenética entrega. Y en<br />

esa entrega, en la que todo es delectación, el judío ha descubierto el<br />

hontanar del que mana la sabiduría (la Jojmá), artesón de la cultura.<br />

Tan vehemente es esa entrega y tan frenética esa afición, que los<br />

insignes maestros de la era talmúdica solían interpretar el precepto<br />

bíblico de "Y ahora anotareis en el libro" como un imperativo de<br />

componer un libro o transcribir un libro relatando lo que hemos<br />

aprendido, a fin de que fuese materia de enriquecimiento intelectual<br />

para las generaciones venideras. Tal es lo que postulaba Rabí Babá<br />

en el tratado de Sanhedrín. Idea esta que no se limitaba a libros<br />

sagrados únicamente, sino también a los considerandos profanos,<br />

con tal que algo nos enseñasen. De ese tipo de libros profanos nos<br />

quedan algunos, como ser Tajkemoní de Rabí Yehudá Aljarizi, poeta<br />

chispeante y jocundo del siglo XII y "El narrador esquizoide" de Rabí<br />

Yehudá ben Shabbetay, del cual un volumen original hebreo se<br />

conserva en el Seminario Teológico Judío de Nueva York.<br />

Pero en aquellos tiempos que, por fortuna, pertenecen<br />

definitivamente al pasado, el hacerse con un libro era toda una<br />

proeza. Debido al penoso esfuerzo que representaba el componerlos y<br />

escribirlos, los libros escaseaban. Tan sólo los privilegiados de la<br />

fortuna podían alcanzarlos. Como consecuencia, en numerosos

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