Trompeta Evangelizadora - Edición
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cantidad enviamos en juncos, con las que se conducían<br />
al norte.”<br />
Antes de finalizar el año, Hudson Taylor tuvo la<br />
oportunidad de realizar un trabajo más eficaz. El Sr.<br />
Edkins lo invitó para viajar a Kashing-fu, una<br />
importante y rica zona industrial del interior. Llegó allí<br />
el sábado 16 de diciembre. Era su primer viaje de<br />
evangelización al interior de China.<br />
Durante una semana el junco o casa bote de una sola<br />
vela sería su hogar. Estaba anclada en medio de muchos<br />
otros botes. Finalmente se encontró entre el pueblo, que<br />
hacía mucho tiempo deseaba. La tripulación de cada<br />
barco era formada por la familia del propietario. Así<br />
pasó la primera noche sobre la barca y se encontró al<br />
despertar a casi 65 km al sur de Shangai, próxima al<br />
distrito capital de Sungkiang. Aquí Hudson Taylor vio<br />
por primera vez una ermita budista. Los dos misioneros<br />
estaban en el patio de un templo, donde se habían<br />
reunido una gran cantidad de personas que escuchaban<br />
predicar a los maestros de religión, asombrados por su<br />
vestimenta occidental. ¡Los extranjeros hasta repartieron<br />
libros! Recién cuando todos estaban repartidos, los<br />
dos amigos decidieron retirarse. Algunos monjes<br />
budistas se les acercaron, invitándolos a descansar en el<br />
monasterio y a que visiten al “Santo”. Rodeados de los<br />
rapados sacerdotes se dejaron guiar a la celda donde un<br />
pobre humilde, hacía años vivía enclaustrado. El único<br />
acceso a él era una brecha en la pared que la dejaron<br />
abierta cuando construyeron y por la que apenas podía<br />
extender la mano. Edkins le habló en su dialecto, luego<br />
los dos amigos oraron para que las buenas nuevas del<br />
evangelio puedan dar a su alma luz y salvación.<br />
En la misma ciudad todavía tendrían que vivenciar<br />
algo muy diferente: acompañados por una ruidosa<br />
multitud, trataban de volver nuevamente al barco.<br />
Giraron por una calle de piedras que los llevaría hasta el<br />
desembarcadero. Para desconcierto de ambos, se dieron<br />
cuenta que ésta los había llevado a un patio privado con<br />
portones cerrados que antes no habían visto. Volver por<br />
el mismo camino era imposible, dado que una exaltada<br />
multitud se lo prohibía. Las personas se esgrimían sobre<br />
los portones y barandas observando cada movimiento<br />
de los extraños. Su situación era todo, menos agradable.<br />
Pero los misioneros alzaron la vista al Señor y pidieron<br />
por una salida.<br />
“Había un montón de botes cerca”, contó Hudson<br />
Taylor, “pero ninguno nos quiso aceptar. Para<br />
diversión de la multitud habíamos pedido a algunos en<br />
vano. Finalmente tuve una corazonada, salte<br />
sencillamente en un bote que justo iba pasando por ahí<br />
y lo acerque para que el Sr. Edkins pudiera seguirme.<br />
Pero cuando las personas se vieron burladas de ese<br />
modo, nos dejaron y nosotros nos fuimos tranquilos río<br />
abajo para el gran disgusto de nuestros verdugos.<br />
Entonces rompieron los portones y nos siguieron con<br />
gran alboroto hacia el río.”<br />
Todavía esa misma noche dejaron la ciudad por la<br />
ruta de tierra. Con todo, estaban repentinamente luego<br />
de una curva de la carretera frente a una enorme<br />
pagoda. Sombría y amenazante se levantaba ante ellos<br />
el coloso sobre las alturas, que durante novecientos<br />
años fue la gloria Sungkiangs. El sacerdote de guardia<br />
los dejó entrar. Los dos misioneros sintieron<br />
extremadamente agradable el silencio del lugar y la<br />
panorámica de la ciudad, todo esto visto desde una<br />
galería cerca de la punta. Durante un largo rato<br />
observaron en silencio los innumerables hogares a sus<br />
pies. A lo lejos se podía ver la antigua muralla, como<br />
tiendas de campaña se alineaban los tejados uno al lado<br />
del otro bajo el resplandor de la puesta del sol. Pero eso<br />
era sólo el centro. Alrededor de la ciudad se<br />
incorporaban tan lejos como podían ver en la planicie,<br />
pueblo tras pueblo, aldea tras aldea. En el horizonte se<br />
veían pagodas y templos de otras ciudades, a las que tal<br />
vez llegarían. Hudson Taylor nunca antes pudo tener<br />
una visión así del país. La existencia de una población<br />
china inconcebiblemente grande, tuvo para él en aquella<br />
hora un nuevo significado. (Continuará)<br />
01/2013 │ <strong>Trompeta</strong> <strong>Evangelizadora</strong><br />
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