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EL CORAZON DEL SACERDOTE EL CORAZON DEL SACERDOTE

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editorial<br />

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Editorial<br />

El corazón del sacerdocio<br />

La jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes, en la fiesta del Sagrado Corazón de<br />

Jesús, nos permite una nueva ocasión para reflexionar sobre la grandeza del sacerdocio ministerial. Lo hacemos<br />

de la mano de las tres más recientes alocuciones al respecto de Benedicto XVI y de la preciosa carta de<br />

la Congregación del Clero para la citada jornada mundial. Si a todos estos textos hubiera que buscarles un<br />

denominador común, una respuesta a la pregunta sobre cuál es el «corazón» del sacerdocio, la respuesta sería<br />

muy sencilla: la amistad con Jesucristo, reavivando continuamente la gracia de la imposición de manos<br />

de la misma ordenación sacerdotal. Y es que, como afirma el Papa, «sin una amistad auténtica con Cristo resulta<br />

imposible para un cristiano y con mayor razón para un sacerdote llevar a cabo la misión que el Señor<br />

le encomienda».<br />

La vida interior, a través de la oración personal, de la liturgia de la Horas y de la Eucaristía diaria, se convierte,<br />

de este modo, en la primera e insustituible fuente de la identidad y del ministerio sacerdotal. El fuego<br />

del Evangelio debe arder en el corazón del sacerdote, habitado por la alegría y la gracia del Señor. En esta<br />

hora de activismo y de grandes quehaceres, compromisos y urgencias en la actividad pastoral, es preciso recordar<br />

la prioridad de la oración sobre la acción en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. Solo desde<br />

la intimidad con Dios es realmente factible y fecundo el apostolado. Esta vida interior de los presbíteros<br />

ha de reencontrar también en María Santísima, la Madre Sacerdotal, a uno de sus pilares y de sus hontanares.<br />

«La relación con Ella —escribe la Congregación del Clero— no puede reducirse a una piadosa practica<br />

de devoción, sino que debe alimentarse con un continuo abandono de toda nuestra vida, de todo nuestro ministerio,<br />

en los brazos de la siempre Virgen». María nos lleva a la cruz de su Hijo para contemplar con Ella<br />

el amor infinito de Dios.<br />

Desde estos presupuestos —que hacen posible la radicalidad y la entrega en totalidad— y desde la vivencia<br />

del ministerio presbiteral en el gozo de la comunión eclesial, el sacerdote de hoy y de siempre será fiel<br />

dispensador de los ministerios de Dios. Será experto en la misericordia de Dios con nosotros, anunciará y testimoniará<br />

la verdadera alegría y la esperanza que no defrauda y se revestirá de un estilo, de un talante, de<br />

un corazón auténtica y santamente sacerdotal: testigo y dispensador sabio y generoso, afable y fuerte, respetuoso<br />

y convencido, como señalaba Benedicto XVI en la última ordenación sacerdotal en Roma; especialista<br />

en la escucha de Dios y ejemplo creíble de una santidad que se traduzca en fidelidad al Evangelio, sin concesiones<br />

al espíritu del mundo, como también pedía el Papa a los sacerdotes y consagrados de Génova, en su<br />

reciente visita a esta ciudad. De este modo, el «tria munera» —el triple «munus» o servicio— del sacerdote, no<br />

será «el lugar de la alienación o, peor aún, de un reduccionismo funcional», sino la expresión más auténtica<br />

de la identidad sacerdotal de ser hombres de Cristo y hombres para los demás, que viven y sirven en misión<br />

permanente. ■<br />

El progreso sin ética<br />

lleva al hombre al precipicio<br />

Una de las noticias más escalofriantes de la pasada semana, que en España ha pasado casi desapercibida,<br />

tenía lugar en Londres el lunes 19 de mayo. El parlamento británico aprobaba la utilización de embriones<br />

híbridos, creados mediante la introducción de ADN humano en óvulos de animales. Una vez más,<br />

el pretexto empleado para promover esta aberración es el hipotético servicio que a la investigación de enfermedades<br />

como el Alzheimer o el Parkinson podrían prestar los referidos embriones híbridos.<br />

Con razón, el presidente de la Pontificia Academia para la Vida ha calificado de «monstruosidad» a la<br />

medida, a la que ha definido además como «mentira mediática sin base científica». Bajo ella se esconden,<br />

so capa de progreso y con mucha demagogia y manipulación de los sentimientos, espurios intereses comerciales,<br />

amén de un deleznable desprecio a la dignidad de la persona. La ciencia sin conciencia y sin ética<br />

se vuelve, tarde o temprano, contra el hombre. Y es que —señalaba Benedicto XVI, días después, en la<br />

homilía del Corpus— «no es suficiente avanzar, es necesario ver hacia dónde se va. No basta el progreso si<br />

no hay criterios de referencia. Es más, se sale del camino, se corre el riesgo de caer en el precipicio o de alejarse<br />

de la meta». ■<br />

Número 3.416 ■ 31 de mayo de 2008<br />

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