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Intima con el humilde soldado y, ¡qué más!, una acémila muerta de fatiga en una tormentosa jornada<br />
le hace derramar lágrimas de compasión.<br />
Luis Cervantes, pues, se hizo acreedor a la confianza de la tropa. Hubo soldados que le hicieron<br />
confidencias temerarias. Uno, muy serio, y que se distinguía por su temperancia y retraimiento, le dijo:<br />
"Yo soy carpintero; tenía mi madre, una viejita clavada en su silla por el reumatismo desde hacía diez<br />
años. A medianoche me sacaron de mi casa tres gendarmes; amanecí en el cuartel y anochecí a<br />
doce leguas de mi pueblo... Hace un mes pasé por allí con la tropa... ¡Mi madre estaba ya debajo de<br />
la tierral... No tenía más consuelo en esta vida... Ahora no le hago falta a nadie. Pero, por mi Dios que<br />
está en los cielos, estos cartuchos que aquí me cargan no han de ser para los enemigos... Y si se me<br />
hace el milagro (mi Madre Santísima de Guadalupe me lo ha de conceder), si me le junto a Villa...,<br />
juro por la sagrada alma de mi madre que me la han de pagar estos federales".<br />
Otro, joven, muy inteligente, pero charlatán hasta por los codos, dipsómano y fumador de marihuana,<br />
lo llamó aparte y, mirándolo a la cara fijamente con sus ojos vagos y vidriosos, le sopló al oído:<br />
"Compadre..., aquéllos..., los de allá del otro lado..., ¿comprendes?..., aquéllos cabalgan lo más<br />
granado de las caballerizas del Norte y del interior, las guarniciones de sus caballos pesan de pura<br />
plata... Nosotros, ¡pst!..., en sardinas buenas para alzar cubos de noria..., ¿comprendes, compadre?<br />
Aquéllos reciben relucientes pesos fuertes; nosotros, billetes de celuloide de la fábrica del asesino...<br />
Dije..."<br />
Y así todos, hasta un sargento segundo contó ingenuamente: "Yo soy voluntario, pero me he tirado<br />
una plancha. Lo que en tiempos de paz no se hace en toda una vida de trabajar como una mula, hoy<br />
se puede hacer en unos cuantos meses de correr la sierra con un fusil a la espalda. Pero no con<br />
éstos `mano'..., no con éstos..."<br />
Y Luis Cervantes, que compartía ya con la tropa aquel odio solapado, implacable y mortal a las<br />
clases, oficiales y a todos los superiores, sintió que de sus ojos caía hasta la última telaraña y vio<br />
claro el resultado final de la lucha.<br />
—¡Mas he aquí que hoy, al llegar apenas con sus correligionarios, en vez de recibirle con los brazos<br />
abiertos lo encapillan en una zahúrda!<br />
Fue de día: los gallos cantaron en los jacales; las gallinas trepadas en las ramas del huizache del<br />
corral se removieron, abrían las alas y esponjaban las plumas y en un solo salto se ponían en el<br />
suelo.<br />
Contempló a sus centinelas tirados en el estiércol y roncando. En su imaginación revivieron las<br />
fisonomías de los dos hombres de la víspera. Uno, Pancracio, agüerado, pecoso, su cara lampiña, su<br />
barba saltona, la frente roma y oblicua, untadas las orejas al cráneo y todo de un aspecto bestial. Yel<br />
otro, el Manteca, una piltrafa humana: ojos escondidos, mirada torva, cabellos muy lacios cayéndole a<br />
la nuca, sobre la frente y las orejas; sus labios de escrofuloso entreabiertos eternamente.<br />
Y sintió una vez más que su carne se achinaba.<br />
VII<br />
Adormilado aún, <strong>De</strong>metrio paseó la mano sobre los crespos mechones que cubrían su frente<br />
húmeda, apartados hacia una oreja, y abrió los ojos.<br />
Distinta oyó la voz femenina y melodiosa que en sueños había escuchado ya, y se volvió a la puerta.<br />
Era de día: los rayos del sol dardeaban entre los popotes del jacal. La misma moza que la víspera le<br />
había ofrecido un apastito de agua deliciosamente fría (sus sueños de toda la noche), ahora, igual de<br />
dulce y cariñosa, entraba con una olla de leche desparramándose de espuma.<br />
—Es de cabra, pero está regüena... Andele, nomás aprébela...<br />
Agradecido, sonrió <strong>De</strong>metrio, se incorporó y, tomando la vasija de barro, comenzó a dar pequeños