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SEGUNDA PARTE<br />
I<br />
Al champaña que ebulle en burbujas donde se descompone la luz de los candiles, <strong>De</strong>metrio Macías<br />
prefiere el límpido tequila de jalisco.<br />
Hombres manchados de tierra, de humo y de sudor, de barbas crespas y alborotadas cabelleras,<br />
cubiertos de andrajos mugrientos, se agrupan en torno de las mesas de un restaurante.<br />
—Yo maté dos coroneles —clama con voz ríspida y gutural un sujeto pequeño y gordo, de sombrero<br />
galoneado, cotona de gamuza y mascada solferina al cuello—. ¡No podían correr de tan tripones: se<br />
tropezaban con las piedras, y para subir al cerro, se ponían como jitomates y echaban tamaña<br />
lengual... "No corran tanto, mochitos —les grité—; párense, no me gustan las gallinas asustadas...<br />
¡Párense, pelones, que no les voy a hacer nacíal... ¡Están dados!" da!, ¡ja!, ¡ja'... La comieron los<br />
muy... ¡Paf, paf! ¡Uno para cada uno... y de veras descansaron!<br />
—A mí se me jue uno de los meros copetones —habló un soldado de rostro renegrido, sentado en un<br />
ángulo del salón, entre el muro y el mostrador, con las piernas alargadas y el fusil entre ellas—. ¡Ah,<br />
cómo traiba oro el condenado! Nomás le hacían visos los galones en las charreteras y en la mantilla.<br />
¿Yyo?... ¡El muy burro lo dejé pasar! Sacó el paño y me hizo la contraseña, y yo me quedé nomás<br />
abriendo la boca. ¡Pero apenas me dio campo de hacerme de la esquina, cuando aistá a bala y<br />
halal... Lo dejé que acabara un cargador... ¡Hora voy yo!... ¡Madre mía de pipa, que no le fierre a este<br />
jijo de... la mala palabra! ¡Nada, nomás dio el estampido!... ¡Traiba muy buen cuaco! Me pasó por los<br />
ojos como un relámpago... Otro prohe que venía por la misma calle me la pagó... ¡Qué maroma lo he<br />
hecho dar!<br />
Se arrebatan las palabras de la boca, y mientras ellos refieren con mucho calor sus aventuras,<br />
mujeres de tez aceitunada, ojos blanquecinos y dientes de marfil, con revólveres a la cintura, cananas<br />
apretadas de tiros cruzados sobre el pecho, grandes sombreros de palma a la cabeza, van y vienen<br />
como perros callejeros entre los grupos.<br />
Una muchacha de carrillos teñidos de carmín, de cuello y brazos muy trigueños y de burdísimo continente,<br />
da un salto y se pone sobre el mostrador de la cantina, cerca de la mesa de <strong>De</strong>metrio.<br />
Este vuelve la cara hacia ella y choca con unos ojos lascivos, bajo una frente pequeña y entre dos<br />
bandos de pelo hirsuto.<br />
La puerta se abre de par en par y, boquiabiertos y deslumbrados, uno tras otro, penetran Anastasio<br />
Montañés, Pancracio, la Codorniz y el Meco.<br />
Anastasio da un grito de sorpresa y se adelanta a saludar al charro pequeño y gordo, de sombrero<br />
galoneado y mascada solferina.<br />
Son viejos amigos que ahora se reconocen. Yse abrazan tan fuerte que la cara se les pone negra.<br />
—Compadre <strong>De</strong>metrio, tengo el gusto de presentarle al güero Margarito... ¡Un amigo de veras!... ¡Ah,<br />
cómo quiero yo a este güero! Ya lo conocerá, compadre... ¡Es reteacahao!... ¿Te acuerdas, güero, de<br />
la penitenciaría de Escobedo, allá en jalisco?... ¡Un año juntos!<br />
<strong>De</strong>metrio, que permanecía silencioso y huraño en medio de la alharaca general, sin quitarse el puro<br />
de entre los labios rumoreó tendiéndole la mano:<br />
— Servidor...<br />
— ¿Usted se llama, pues, <strong>De</strong>metrio Macías? —preguntó intempestivamente la muchacha que<br />
sobre el mostrador estaba meneando las piernas y tocaba con sus zapatos de vaqueta la espalda de