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Se habían alojado en una casona sombría, propiedad del mismo cacique de Moyahua.<br />
VI<br />
Sus predecesores en aquella finca habían dejado ya su rastro vigoroso en el patio, convertido en<br />
estercolero; en los muros, desconchados hasta mostrar grandes manchones de adobe crudo; en los<br />
pisos, demolidos por las pesuñas de las bestias; en el huerto, hecho un reguero de hojas marchitas y<br />
ramajes secos. Se tropezaba, desde el entrar, con pies de muebles, fondos y respaldos de sillas, todo<br />
sucio de tierra y bazofia.<br />
A las diez de la noche, Luis Cervantes bostezó muy aburrido y dijo adiós al güero Margarito y a la<br />
Pintada, que bebían sin descanso en una banca de la plaza.<br />
Se encaminó al cuartel. El único cuarto amueblado era la sala. Entró, y <strong>De</strong>metrio, que estaba tendido<br />
en el suelo, los ojos claros y mirando al techo, dejó de contar las vigas y volvió la cara.<br />
—¿Es usted, curro?... ¿Qué trae?... Ande, entre, siéntese.<br />
Luis Cervantes fue primero a despabilar la vela, tiró luego de un sillón sin respaldo y cuyo asiento de<br />
mimbres había sido sustituido con un áspero cotense. Chirriaron las patas de la silla y la yegua prieta<br />
de la Pintada bufó, se removió en la sombra describiendo con su anca redonda y tersa una gallarda<br />
curva.<br />
Luis Cervantes se hundió en el asiento y dijo:<br />
—Mi general, vengo a darle cuenta de la comisión... Aquí tiene...<br />
—¡Hombre, curro... si yo no quería eso!... Moyahua casi es mi tierra... ¡Dirán que por eso anda uno<br />
aquí!... —respondió <strong>De</strong>metrio mirando el saco apretado de monedas que Luis le tendía.<br />
Este dejó el asiento para venir a ponerse en cuclillas al lado de <strong>De</strong>metrio. Tendió un sarape en el<br />
suelo y sobre él vació el talego de hidalgos relucientes como ascuas de oro.<br />
—En primer lugar, mi general, esto lo sabemos sólo usted y yo... Ypor otra parte, ya sabe que al buen<br />
sol hay que abrirle la ventana... Hoy nos está dando de cara; pero ¿mañana?... Hay que ver siempre<br />
adelante. Una bala, el reparo de un caballo, hasta un ridículo resfrío... ¡y una viuda y unos huérfanos<br />
en la miserial... ¿El gobierno? ja, ja, jal... Vaya usted con Carranza, con Villa o con cualquier otro de<br />
los jefes principales y hábleles de su familia... Si le responden con un puntapié... donde usted ya<br />
sabe, diga que le fue de perlas... Y hacen bien, mi general; nosotros no nos hemos levantado en<br />
armas para que un tal Carranza o un tal Villa lleguen a presidentes de la República; nosotros<br />
peleamos en defensa de los sagrados derechos del pueblo, pisoteados por el vil cacique... Y así<br />
como ni Villa, ni Carranza, ni ningún otro han de venir a pedir nuestro consentimiento para pagarse<br />
los servicios que le están prestando a la patria, tampoco nosotros tenernos necesidad de pedirle<br />
licencia a nadie.<br />
<strong>De</strong>metrio se medio incorporó, tomó una botella cerca de su cabecera, empinó y luego, hinchando los<br />
carrillos, lanzó una bocanada a lo lejos.<br />
—¡Qué pico largo es usted, curro!<br />
Luis sintió un vértigo. La cerveza regada parecía avivar la fermentación del basurero donde<br />
reposaban: un tapiz de cáscaras de naranjas y plátanos, carnosas cortezas de sandía, hebrosos<br />
núcleos de mangos y bagazos de caña, todo revuelto con hojas enchiladas de tamales y todo<br />
húmedo de deyecciones.<br />
<strong>Los</strong> dedos callosos de <strong>De</strong>metrio iban y venían sobre las brillantes monedas a cuenta y cuenta.<br />
Repuesto ya, Luis Cervantes sacó un botecito de fosfatina Falliéres y volcó dijes, anillos, pendientes y<br />
otras muchas alhajas de valor.<br />
—Mire, mi general; si, como parece, esta bola va a seguir, si la revolución no se acaba, nosotros<br />
tenemos ya lo suficiente para irnos a brillarla una temporada fuera del país —<strong>De</strong>metrio meneó la<br />
cabeza negativamente—. ¿No haría usted eso?... Pues ¿a qué nos quedaríamos ya?... ¿Qué causa