Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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48 Lu i s Ch i o z z a<br />
minos que evidencian nuestra carencia de un nombre que provenga de un<br />
saber más concreto acerca de aquello a lo cual nos referimos. En otras<br />
palabras: nuestra conciencia carece de una organización del conocimiento,<br />
distinta de la que conduce al concepto soma y de la que conduce al<br />
concepto psiquis, pero del mismo “tipo”, dirigida a su propia cualificación.<br />
Podríamos sentirnos tentados por aproximar la cualificación de la<br />
conciencia a la organización del conocimiento que conduce al concepto<br />
“espíritu” y que establece los niveles de abstracción que son propios de<br />
los ideales, de la norma moral, del rigor formal y del pensamiento matemático<br />
pero, cuando decimos que el concepto espíritu corresponde a una<br />
organización epistemológica de la conciencia, ya no podemos utilizarlo<br />
para definir a la conciencia misma. Carecemos, como decíamos, de un<br />
saber más concreto que nos permita atribuir a la conciencia cualidades<br />
distintas de las que señalamos cuando decimos que constituye un registro,<br />
una noticia o, si se quiere un “reflejo” de los existentes a partir de los<br />
cuales surgen las categorías que el conocimiento establece. Pero debemos,<br />
sin embargo, subrayar que la conciencia humana habitual dispone,<br />
además, de la importante posibilidad de contemplar una parte de lo que<br />
ella misma contiene. Hoftadter, en su libro Gödel, Escher y Bach, ha mostrado<br />
elocuentemente lo que ha sido subrayado por numerosos autores,<br />
que la llamada autopercepción de la conciencia conduce a una limitación<br />
que es inevitable en toda autorreferencia, ya que en el “campo” de lo percibido<br />
no puede incluirse al mismo tiempo el ejercicio de la percepción<br />
que está ocurriendo.<br />
Volvamos una vez más sobre el tema del significado, ya que se trata<br />
de una cuestión fundamental. El significado, el sentido, de un particular<br />
acontecimiento que ocupa la conciencia, es propio de ese acontecimiento<br />
y proviene de dos circunstancias esenciales: su pertenencia a una determinada<br />
serie psíquica que se dirige hacia un fin, y el “lugar” que ese<br />
acontecimiento ocupa en esa serie psíquica. Ese, su significado, le pertenece<br />
en virtud de esas dos circunstancias, y es independiente de que el<br />
acontecimiento considerado ocupe o no ocupe una conciencia. Así sucede,<br />
por ejemplo, con la trayectoria del torpedo que utiliza el ruido de las<br />
hélices de un barco para alcanzar su destino. O, mejor aún, con la rueda<br />
del molino que, impulsada por el agua del arroyo, mueve los discos de<br />
piedra que desmenuzan el grano. En otras palabras, un acontecimiento no<br />
pierde su significado por el hecho de no ser conciente o, para decirlo mejor,<br />
la conciencia “sobreañadida” no le otorga su significación, sino que