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IX Certamen Concurso Municipal de Redacción Escolar. Cartas a ...

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Querido hijo:<br />

¿Dón<strong>de</strong> estás? La pequeña Elisa lleva semanas preguntando por ti. Y no<br />

sólo a través <strong>de</strong> sus inocentes palabras, sino también mediante su inquietud manifiesta,<br />

sus miradas inquisitivas, sus llantos apagados. Su madre la escucha, con los ojos anegados<br />

en lágrimas, y no respon<strong>de</strong>, no pue<strong>de</strong>, la voz se le quiebra en un <strong>de</strong>sgarrador<br />

silencio. Yo acaricio sus alborotados rizos y le <strong>de</strong>dico una sonrisa no exenta <strong>de</strong> amargura:<br />

“No sé, pequeña, no sé. Tal vez vuelva mañana”. Ella calla y asiente. Pero,<br />

¿qué le voy a respon<strong>de</strong>r? Y es que, Miguel, ni yo mismo lo sé. Tal vez no sea capaz<br />

<strong>de</strong> afrontar la realidad. Quizás no pueda enten<strong>de</strong>r qué es lo que hice mal, ni qué fue lo<br />

que te llevó a actuar como lo hiciste. Tal vez. Pero por más que lo intente, no logro<br />

ver a mi hijo en ese hombre <strong>de</strong>sconocido, que tanto daño nos ha causado.<br />

No puedo evitar rememorar el primer día que trajiste a casa a María.<br />

¿Recuerdas? Sus ojos castaños te miraban tímidamente, sonreía más que hablaba.<br />

Tú le acariciabas la mano y vuestras cómplices miradas se comunicaban confianza,<br />

apoyo y amor. Cuando ella se marchó, su dulce timi<strong>de</strong>z arropada por la seguridad que<br />

tú le trasmitías, me dijiste: “Es ella, papá. Es la mujer <strong>de</strong> mi vida”. ¡Cuántos momentos<br />

<strong>de</strong> irrefrenable felicidad compartisteis <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, cuánta la esperanza, la<br />

pasión, los sueños, la ilusión por el futuro! Y, ¡qué lejos parece quedar aquello!<br />

Poco a poco, la luz <strong>de</strong> sus ojos se fue extinguiendo. Las muestras <strong>de</strong> amor<br />

se fueron espaciando, se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> vuestras vidas el silencio. Un silencio que gritaba<br />

rabia, frustración, sufrimiento. Nosotros no lo vimos, o no quisimos verlo. La<br />

vida <strong>de</strong> María se apagaba con cada golpe; tus palabras eran como dagas en su<br />

pecho. Ella no comprendía qué te llevaba a hacerlo. Si el mismo apoyo y calor que<br />

tú le habías brindado, ella estaba dispuesta a dártelo. Si jamás mostró una actitud<br />

que no fuese <strong>de</strong> fi<strong>de</strong>lidad y cariño. Pero tal fue el terror y el miedo que ella sentía<br />

por su vida y por la niña, que su amor por ti, ya herido <strong>de</strong> muerte, no evitaría que<br />

<strong>de</strong>cidiese poner fin al tormento al que la habías sometido.<br />

<strong>Cartas</strong> a un maltratador v 33 v

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