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Una vez vistos los refuerzos del tema del amor frustrado, continuaremos dando una
mirada a las dos historias que refuerzan el tema del amor plenamente satisfecho,
encarnado en el romance de Tránsito y Braulio. Estos refuerzos estructurales son los
amores de Salomé y Tiburcio y la historia del campechano Emigdio.
a) Curiosamente, por lo general no se ve en el episodio de Salomé más lejos del sex-
apeeal de la mulata y de los rasgos costumbristas que matizan estos capítulos,
ignorando su importante función estructural. Un crítico, sin embargo, señala que:
“Además de su paralelismo con la historia amorosa de María y Efraín, el episodio de
Salomé sirve para entretejer varios hilos de la novela”, apuntando de esta manera hacia
el carácter estructural de la narración y abriendo así un nuevo campo para la
interpretación más adecuada del episodio.
El núcleo de esta historia lo componen las peripecias amorosas de Salomé, quien
inicialmente se cree olvidada por su enamorado, y Tiburcio, quien cree que ella ha
sucumbido al asedio del señorito hermano de Carlos. A partir de esta situación, el
desarrollo culmina en la perspectiva de la inmediata reconciliación de la pareja.
McGrady sintetiza la anécdota en los siguientes términos:
Efraín visita al singular campesino Custodio, quien está preocupado por Salomé, su
sensualmente atractiva hija. Efraín efectúa una reconciliación entre Salomé y su
enamorado, dejando así a todos felices.
Esta síntesis nos parece adecuada por cuanto resalta claramente el aspecto central del
desarrollo, es decir, la tendencia hacia una feliz solución del conflicto amoroso de la
pareja.
El sector del mundo narrado en este episodio tiene características bastante semejantes al
de Tránsito y Braulio, e inclusive hay claros vínculos entre ambos. Es también el mundo
del pequeño propietario rural dependiente exclusivamente de sus trabajos y de la
laboriosidad de su familia, aspectos ambos que son resaltados por el narrador al
caracterizarlo: Custodio es propietario de una pequeña porción de tierra, parte de la cual
ha comprado con el producto de su trabajo, al padre de Carlos:
Le compré al amo don Jerónimo el rastrojo del guadualito; pero, ¡qué hombre tan
tirano!, ¡cuatrocientos patacones y diez terneros de aparta me sacó! (Cap. XLVIII).