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TRATADO DEL AMOR DE DIOS – San Francisco <strong>de</strong> Sales<br />
ra, la verda<strong>de</strong>ra esencia <strong>de</strong>l amor consiste en el movimiento y el vuelo <strong>de</strong>l corazón, que sigue inmediatamente<br />
a la complacencia y termina en la unión.<br />
La complacencia es la primera sacudida o la primera emoción que el bien produce en la voluntad,<br />
y esta emoción anda seguida <strong>de</strong>l movimiento, por el cual la voluntad camina y se acerca al<br />
objeto amado, en lo cual consiste propiamente el verda<strong>de</strong>ro amor. En otras palabras, la complacencia<br />
es el <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong>l corazón; el amor es la acción.<br />
Por esta causa, este movimiento nacido <strong>de</strong> la complacencia subsiste hasta llegar a la unión y al<br />
gozo. Por lo que, cuando mira al bien presente, no hace más que impeler el corazón, apremiarle, unirlo<br />
y aplicarlo a la cosa amada, <strong>de</strong> la cual llega a gozar por este medio; y entonces se llama amor <strong>de</strong><br />
complacencia, porque, luego que ha nacido <strong>de</strong> la primera complacencia, se termina en la segunda, que<br />
siente cuando se une con el objeto presente.<br />
Mas, cuando el bien hacia el cual el corazón se inclina es un bien ausente o futuro, o cuando<br />
la unión no pue<strong>de</strong> realizarse con la perfección <strong>de</strong>seada, entonces el movimiento <strong>de</strong>l amor, por el cual<br />
el corazón tien<strong>de</strong>, se dirige y aspira a este objeto ausente, se llama propiamente <strong>de</strong>seo; porque el <strong>de</strong>seo<br />
no es más que el apetito, la codicia, la avi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> las cosas que no tenemos y que, a pesar <strong>de</strong> todo, <strong>de</strong>seamos<br />
tener.<br />
Existen, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> éstos, otros movimientos amorosos, por <strong>los</strong> cuales <strong>de</strong>seamos cosas que no<br />
esperamos ni preten<strong>de</strong>mos, <strong>los</strong> cuales, según me parece, pue<strong>de</strong>n propiamente llamarse aspiraciones; y,<br />
<strong>de</strong> hecho, tales afectos no se expresan como <strong>los</strong> verda<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>seos, porque, cuando manifestamos<br />
nuestros <strong>de</strong>seos, <strong>de</strong>cimos: quiero; más cuando manifestamos nuestros <strong>de</strong>seos imperfectos, <strong>de</strong>cimos:<br />
<strong>de</strong>searía o quisiera.<br />
Estos anhe<strong>los</strong> o veleida<strong>de</strong>s no son sino como una miniatura <strong>de</strong>l amor, que pue<strong>de</strong> llamarse<br />
amor <strong>de</strong> aprobación, porque, sin ninguna pretensión, el alma se complace en el bien que conoce, y, no<br />
pudiéndolo <strong>de</strong>sear <strong>de</strong> hecho, protesta que <strong>de</strong> buen grado lo <strong>de</strong>searía, y reconoce que es verda<strong>de</strong>ramente<br />
apetecible.<br />
Hay <strong>de</strong>seos y aspiraciones que todavía son más imperfectos que <strong>los</strong> que acabamos <strong>de</strong> mencionar,<br />
porque su movimiento no se <strong>de</strong>tiene entre la imposibilidad o extrema dificultad <strong>de</strong> conseguir el<br />
objeto, sino ante la sola incompatibilidad <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo con otros <strong>de</strong>seos o quereres más po<strong>de</strong>rosos.<br />
Y estas aspiraciones que son contenidas no por la imposibilidad, sino por su incompatibilidad<br />
con otros más po<strong>de</strong>rosos <strong>de</strong>seos, son quereres y <strong>de</strong>seos, pero vanos, ahogados e inútiles. Cuando apetecemos<br />
cosas imposibles, <strong>de</strong>cimos: quiero, pero no puedo; cuando apetecemos cosas posibles, <strong>de</strong>cimos:<br />
apetezco, pero no quiero.<br />
VIII Cuál es la conveniencia que excita el amor<br />
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El hombre por la facultad afectiva, que llamamos voluntad, tien<strong>de</strong> hacia el bien y se complace<br />
en él, y guarda, con respecto a él esta gran conveniencia, que es la fuente y el origen <strong>de</strong>l amor. Ahora<br />
bien, no están, en manera alguna, en lo cierto <strong>los</strong> que creen que la semejanza es la única conveniencia<br />
que produce el amor. Porque, ¿quién ignora que <strong>los</strong> ancianos más cuerdos aman tiernamente y quieren<br />
a <strong>los</strong> niños, y son recíprocamente amados por el<strong>los</strong>?<br />
Porque, algunas veces, pren<strong>de</strong> más fuertemente entre personas <strong>de</strong> cualida<strong>de</strong>s contrarias, que<br />
entre las que son más parecidas. Luego, la conveniencia, que es causa <strong>de</strong>l amor, no consiste siempre<br />
en la semejanza, sino en la proporción, en la relación y en la correspon<strong>de</strong>ncia a <strong>los</strong> niños no por pura<br />
simpatía, sino porque la extrema simplicidad, flaqueza y ternura <strong>de</strong> éstos realza y pone más <strong>de</strong> manifiesto<br />
la pru<strong>de</strong>ncia y el aplomo <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong>, y esta <strong>de</strong>semejanza es precisamente lo que agrada; y <strong>los</strong><br />
niños, a su vez, aman a <strong>los</strong> viejos, porque se ven acariciados y cuidados por el<strong>los</strong>, y porque merced a<br />
un secreto sentimiento, conocen que tienen necesidad <strong>de</strong> su dirección. Así el amor no nace siempre <strong>de</strong><br />
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