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TRATADO DEL AMOR DE DIOS – San Francisco <strong>de</strong> Sales<br />
Es, pues, la inspiración la que imprime en nuestro libre albedrío la feliz y suave influencia<br />
por la cual, no sólo le hace ver la belleza <strong>de</strong>l bien, sino que, a<strong>de</strong>más, la enar<strong>de</strong>ce, la ayuda, le da<br />
fuerzas y la mueve dulcemente, <strong>de</strong> suerte que por este medio se <strong>de</strong>sliza gustoso <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>l bien.<br />
Sí tenemos algo <strong>de</strong> amor a Dios, <strong>para</strong> Él sea el honor y la gloria, que todo lo ha hecho en nosotros<br />
<strong>de</strong> manera que, sin Él, nada se hubiera hecho; y que<strong>de</strong> <strong>para</strong> nosotros el provecho y la obligación.<br />
Porque esta es la distribución que hace su divina bondad: <strong>de</strong>ja el fruto <strong>para</strong> nosotros, y reserva<br />
<strong>para</strong> sí el honor y la alabanza; y a la verdad, puesto que nada somos sino por su gracia, nada <strong>de</strong>bemos<br />
ser sino <strong>para</strong> su gloria.<br />
VII Que hemos <strong>de</strong> evitar toda curiosidad y conformarnos humil<strong>de</strong>mente con la sapientísima<br />
provi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios<br />
Es tan débil el espíritu humano, que, cuando quiere investigar con excesiva curiosidad las<br />
causas y las razones <strong>de</strong> la voluntad divina, se embaraza y enreda entre <strong>los</strong> hi<strong>los</strong> <strong>de</strong> mil dificulta<strong>de</strong>s,<br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> cuales, <strong>de</strong>spués, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse. Se parece al humo, que, conforme sube, se hace más<br />
sutil, y acaba por disiparse. A fuerza <strong>de</strong> querer remontarnos con nuestros discursos hacia las cosas<br />
divinas, por curiosidad, nos envanecemos en nuestros pensamientos 196 y, en lugar <strong>de</strong> llegar al conocimiento<br />
<strong>de</strong> la verdad, caemos en la locura <strong>de</strong> nuestra vanidad 197 .<br />
Pero, <strong>de</strong> un modo particular, respecto a la Provi<strong>de</strong>ncia divina, somos caprichosos en lo que<br />
atañe a <strong>los</strong> medios que ella reparte <strong>para</strong> atraernos a su santo amor, y por su santo amor, a la gloria.<br />
Porque nuestra temeridad nos impele siempre a indagar por qué Dios da más medios a unos que a<br />
otros; por qué atrae a su amor a uno con preferencia a otro.<br />
Dios hace todas las cosas con gran sabiduría, ciencia y razón, pero <strong>de</strong> suerte que, no habiendo<br />
penetrado el hombre en el divino consejo, cuyos juicios y planes están muy por encima <strong>de</strong> nuestra<br />
capacidad, <strong>de</strong>bemos adorar <strong>de</strong>votamente sus <strong>de</strong>cretos, como sumamente justos, sin indagar <strong>los</strong> motivos,<br />
que reserva <strong>para</strong> Sí, <strong>para</strong> mantener nuestro entendimiento en el respeto y en la humildad que se<br />
le <strong>de</strong>ben.<br />
San Agustín, en muchos pasajes <strong>de</strong> sus obras, enseña esta misma práctica: «Nadie —dice—<br />
pue<strong>de</strong> ir hacia el Salvador, si no es atraído. A quién atrae y a quién no atrae; por qué atrae a éste y<br />
no atrae a aquél, no quieras juzgarlo, si no quieres errar. Escúchame y procura enten<strong>de</strong>rme. ¿No<br />
eres atraído? Ruega, <strong>para</strong> que lo seas 198 .<br />
Ciertamente, al cristiano que vive <strong>de</strong> la fe y que no conoce, sino en parte, lo que es perfecto,<br />
tiene bastante con saber y creer que Dios no libra a nadie <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>nación, sino por una misericordia<br />
gratuita, por Jesucristo nuestro Señor, y que no con<strong>de</strong>na a nadie, sino por su justísima verdad, por<br />
el mismo Jesucristo. Pero saber por qué libra a éste más bien que a aquél, que escudriñe quien pueda<br />
en esta inmensa profundidad <strong>de</strong> sus juicios, pero que se guar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l precipicio, pues sus juicios, aunque<br />
secretos, no son por esto injustos 199 . Decimos otra vez: ¿Quién eres tú, ho hombre, <strong>para</strong> reconvenir<br />
a Dios? 200 . Sus juicios son incomprensibles. Y añadimos: No te metas en inquirir lo que está<br />
por encima <strong>de</strong> tu capacidad ni escudriñar aquellas cosas que exce<strong>de</strong>n tus fuerzas 201<br />
Siempre me ha parecido admirable y simpática la sabia mo<strong>de</strong>stia y la pru<strong>de</strong>ntísima humildad<br />
<strong>de</strong>l doctor seráfico San Buenaventura, en su discurso acerca <strong>de</strong> la razón por la cual la divina Provi<strong>de</strong>ncia<br />
<strong>de</strong>stina a <strong>los</strong> elegidos a la vida eterna.<br />
«Tal vez —dice— está la razón en la previsión <strong>de</strong> las buenas obras que hará aquel que es<br />
atraído; pero po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cir qué buenas obras son éstas, la previsión <strong>de</strong> las cuales sirve <strong>de</strong> motivo a la<br />
divina voluntad, ni lo sé claramente, ni quiero escudriñarlo; y no existe más razón que la <strong>de</strong> cierta<br />
congruencia, <strong>de</strong> suerte que podríamos dar alguna, y ser otra. Por lo mismo, no po<strong>de</strong>mos indicar con<br />
certeza ni la verda<strong>de</strong>ra razón ni el verda<strong>de</strong>ro motivo <strong>de</strong> la voluntad <strong>de</strong> Dios en este punto; porque,<br />
196<br />
Rom., 1,21.<br />
197<br />
Rom., 1,22.<br />
198<br />
1- Tract. XXVI, in Joan.<br />
199<br />
Ep.CV.<br />
200<br />
De bono perseq., XXII.<br />
201<br />
Rom., IX, 20.<br />
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