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TRATADO DEL AMOR DE DIOS – San Francisco <strong>de</strong> Sales<br />

LIBRO QUINTO<br />

De <strong>los</strong> dos principales ejercicios <strong>de</strong>l amor sagrado, que consisten<br />

en la práctica <strong>de</strong> la complacencia y <strong>de</strong> la benevolencia<br />

I De la sagrada complacencia <strong>de</strong>l amor, y, primeramente, en qué consiste<br />

El amor, como ya hemos dicho, no es otra cosa que el movimiento y el flujo <strong>de</strong>l corazón hacia<br />

el bien, por la complacencia que en él siente, <strong>de</strong> suerte que la complacencia es el gran motivo <strong>de</strong>l amor,<br />

como el amor es el gran motivo <strong>de</strong> la complacencia.<br />

Ahora bien, este movimiento, con respecto a Dios, se practica <strong>de</strong> esta manera: Sabemos por la<br />

fe que la divinidad es un abismo incomprensible <strong>de</strong> toda perfección, soberanamente infinito en excelencia,<br />

infinitamente soberano en bondad. Esta verdad, que la fe nos enseña, es atentamente consi<strong>de</strong>rada<br />

por nosotros en la meditación, en la cual contemplamos este inmenso cúmulo <strong>de</strong> bienes que hay en<br />

Dios, o bien a la vez como un conjunto <strong>de</strong> todas las perfecciones, o bien distintamente, consi<strong>de</strong>rando<br />

sus excelencias una a una, por ejemplo, su omnipotencia, su sabiduría, su bondad, su eternidad, su infinidad.<br />

Cuando hemos logrado que nuestro entendimiento se fije atentamente en la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> <strong>los</strong> bienes<br />

que encierra este divino objeto, es imposible que nuestra voluntad no se sienta tocada <strong>de</strong> la complacencia<br />

en este bien, y, entonces, haciendo uso <strong>de</strong> nuestra libertad y <strong>de</strong> la autoridad que tenemos sobre<br />

nosotros mismos, movemos a nuestro corazón a que reponga y refuerce su primera complacencia con<br />

actos <strong>de</strong> aprobación y regocijo. ¡Ah — dice entonces el alma <strong>de</strong>vota—, qué hermoso eres, amado mío,<br />

qué hermoso eres! Eres todo <strong>de</strong>seable; eres el mismo <strong>de</strong>seo.<br />

De esta manera, aprobando el bien que vemos en Dios, y regocijándonos en él, hacemos el acto<br />

<strong>de</strong> amor que se llama complacencia, porque nos complacemos en el placer divino infinitamente más que<br />

en el nuestro; y es este amor el que causaba tan gran contento a <strong>los</strong> santos, cuando podían enumerar las<br />

perfecciones <strong>de</strong> su amado, y el que les hacía pronunciar con tanta suavidad que Dios era Dios. Tened<br />

entendido —<strong>de</strong>cían— que el Señor es Dios 86 .<br />

¡Qué gozo tendremos en el cielo, cuando veremos al amado <strong>de</strong> nuestros corazones como un mar<br />

infinito, cuyas aguas no son sino perfección y bondad! Entonces, como ciervos que, perseguidos y acosados<br />

durante mucho tiempo, beben en una fuente cristalina y fresca y atraen hacia sí la frescura <strong>de</strong> sus<br />

ricas aguas, nuestros corazones, al llegar a la fuente abundante y viva <strong>de</strong> la Divinidad, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantos<br />

<strong>de</strong>sfallecimientos y <strong>de</strong>seos, recibirán, por esta complacencia, todas las perfecciones <strong>de</strong>l Amado, gozarán<br />

<strong>de</strong> Él <strong>de</strong> una manera perfecta, por el contento que en Él sentirán, y se llenarán <strong>de</strong> <strong>de</strong>licias inmortales; y,<br />

<strong>de</strong> esta manera, el esposo querido entrará <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> nosotros, como en su lecho nupcial, <strong>para</strong> comunicar<br />

su gozo eterno a nuestra alma, pues Él mismo ha dicho que, si guardamos la santa ley <strong>de</strong> su amor, vendrá<br />

y hará en nosotros su morada 87 .<br />

II Que por la santa complacencia somos hechos como niños en <strong>los</strong> pechos <strong>de</strong> nuestro Señor<br />

¡Qué feliz es, el alma que se complace en conocer y saber que Dios es Dios y que su bondad es<br />

una bondad infinita! Porque este celestial esposo, por esta puerta <strong>de</strong> la complacencia, entra en ella y<br />

cena 88 con nosotros, y nosotros con Él. Nos apacentamos con Él en su dulzura, por el placer que en ella<br />

sentimos, y saciamos nuestros corazones en las perfecciones divinas, por el bienestar que en ellas encontramos.<br />

Y esta perfección es una cena, por el reposo que a ella sigue, pues la complacencia nos hace<br />

reposar dulcemente en la suavidad <strong>de</strong>l bien que nos <strong>de</strong>leita, <strong>de</strong>l cual hartamos nuestro corazón; porque,<br />

como ya lo sabes, Teótimo, el corazón se apacienta <strong>de</strong> las cosas que le agradan, y así <strong>de</strong>cimos que uno<br />

86 L Sal.XCIX,3.<br />

87 2 Jn., XIV, 23<br />

88 3Apoc.,III,20.<br />

www.bibliotecaespiritual.com<br />

Statveritas.com.ar 39

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