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Nen, la inútil - Alfaguara

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33<br />

táculo único. ¿Cómo suponer su condición de español<br />

sin <strong>la</strong>s corridas de toros? Esperar con vistosos<br />

caracoleos del caballo a que el toro<br />

acometiera —¡miiira booonito!— y luego bur<strong>la</strong>rlo<br />

con un quiebro — "<strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve de un quiebro<br />

es nunca dudar al hacerlo, nunca; porque <strong>la</strong>s<br />

dudas <strong>la</strong>s huele el toro"—; c<strong>la</strong>varle con un golpe<br />

seco de <strong>la</strong> muñeca el primer rejón en el morrillo:<br />

bandera en una cima recién conquistada. Dejarlo<br />

llegar tan cerca que fuera posible —a los espectadores<br />

tendría queparecerles imposible— torearlo<br />

tan sólo con <strong>la</strong> ondeante co<strong>la</strong> del caballo; llevarlo<br />

ahí prendido, como un cometa, durante un <strong>la</strong>rgo<br />

trecho de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za, a todo galope, disminuyendo<br />

pau<strong>la</strong>tinamente <strong>la</strong> velocidad, midiéndo<strong>la</strong> tanto<br />

como <strong>la</strong>s emociones: <strong>la</strong> del caballo, <strong>la</strong> del toro, <strong>la</strong><br />

delpúblico, <strong>la</strong> suya propia. Mientras tanto, el pobre<br />

animal tiraría infinidad de cornadas impotentes<br />

al aire, destroncándose el cuello, echando <strong>la</strong> lengua<br />

fuera, ahogándose con cada bufido, algo que<br />

terminará por enardecer al público hasta ponerlo<br />

de pie. ¿Qué emoción puede compararse a ese<br />

arrebato desmedido del público taurino?<br />

Sólo en caso de ser derribados —lo que era<br />

francamente deshonroso y a Felipe sólo en una<br />

ocasión le sucedió— tenían permitido los caballeros<br />

torear a pie, algo que en realidad corresponde<br />

a los ayudantes, los groseros pajes. Entonces había<br />

que quitarse <strong>la</strong>s espue<strong>la</strong>s y esperar al toro con <strong>la</strong><br />

capa en una mano y <strong>la</strong> espada en <strong>la</strong> otra. La<br />

operación era vulgar y peligrosa, ya que debía<br />

cegarse al animal con <strong>la</strong> capa y asestarle <strong>la</strong> estocada<br />

entre los cuernos, de ser posible en <strong>la</strong> cerviz,<br />

lo que lo derrumbaba en el instante, fulminándolo.

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