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bles estal<strong>la</strong>ban y se reprimían vergonzantes. Supo<br />
que algo de sus penitencias había trascendido al<br />
convento: al parecer algunos monjes habían captado<br />
a través de los tabiques el chasquido y los<br />
quejidos apagados (él quería pensar que apagados)<br />
que producían sus nocturnas azotinas y parte<br />
de los monólogos sublimes con que <strong>la</strong>s exaltaba sin<br />
darse cuenta. Total, que terminaron por espiarlo<br />
por entre los resquicios de <strong>la</strong> puerta de madera y<br />
fue tal <strong>la</strong> hi<strong>la</strong>ridad que produjo su actuación, que<br />
acabaron por de<strong>la</strong>tarse. ¿Eran ellos quienes habían<br />
hecho voto de silencio? Felipe desapareció al amanecer<br />
siguiente, indignado, sin siquiera dar <strong>la</strong>s<br />
gracias al prior por <strong>la</strong> hospitalidad recibida.<br />
La frustración —soy un santo frustrado, casi<br />
nada— se volvió ocasión ideal para haraganear<br />
unos días, recuperarse con un poco de vino, juergas<br />
que lo derrumbaron algún amanecer en plena<br />
calle, donde durmió a pierna suelta — ya sin el<br />
temor a demonios de co<strong>la</strong>s ardientes—, y redob<strong>la</strong>ron<br />
su antigua afición a los bárdeles —una puta<br />
le preguntó asombrada qué le había sucedido en<br />
<strong>la</strong>s nalgas y Felipe contestó, riéndose, que los golpes<br />
fueron producto de una cuita amorosa con<br />
una mujer casada, nobilísima, que supuso excitarlo<br />
así sexualmente, con muy pobres resultados,<br />
<strong>la</strong> verdad.<br />
—¡Tienen mucho pelo en <strong>la</strong> cara! —gritó <strong>Nen</strong>,<br />
despertándose de golpe y sentándose en <strong>la</strong> estera.<br />
El grito también despertó a todos en <strong>la</strong> casa.<br />
Su padre, que había tenido un día muy pesado,<br />
no estaba de humor para desve<strong>la</strong>rse y habló en tono<br />
perentorio: