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lo llevó a embarcarse— lo guiaba en aquel duro<br />
ascenso matutino. Al descubrir <strong>la</strong>s altas ventanas<br />
enrejadas, <strong>la</strong>s gárgo<strong>la</strong>s de agua, los remates góticos,<br />
el corazón le dio un vuelco. ¿No sería ahí<br />
donde, desde siempre, debía haber estado? Los<br />
muros se habían cuarteado y el atrio estaba invadido<br />
de hierbas. Al entrar en <strong>la</strong> capil<strong>la</strong> lo sobrecogió<br />
<strong>la</strong> soledad, con sólo <strong>la</strong> compañía de un gran<br />
Cristo crucificado sobre el altar, tan inclinado hacia<br />
el frente que parecía a punto de caer. El sacristán<br />
se acercó a bisbisarle al oído <strong>la</strong> conveniencia de<br />
que se ubicara en alguna banca trasera, entre <strong>la</strong>s<br />
sombras: su presencia podía perturbar a los oficiantes,<br />
acostumbrados a <strong>la</strong> falta de fieles. ¿Para<br />
quién oficiaban entonces? Felipe obedeció.<br />
De pronto, una fi<strong>la</strong> de monjes encapuchados<br />
apareció junto al altar y se ubicó en los asientos<br />
del coro. El sacerdote inició <strong>la</strong> ceremonia con <strong>la</strong><br />
aspersión del agua. Los del coro entonaron el Asperges.<br />
Las casul<strong>la</strong>s oscuras, con su cruz bordada<br />
en oro, contrastaban con el alba purísima que<br />
vestía el sacerdote, quien un momento después subió<br />
solemnemente <strong>la</strong>s gradas del altar, persignándose<br />
una y otra vez. Los monjes cantaron el Introito.<br />
Luego vinieron los Kiries deso<strong>la</strong>dos, el Gloria triunfante.<br />
Para entonces Felipe se sentía sobrecogido.<br />
Comprendió <strong>la</strong> necesidad que tenían de oficiar en<br />
<strong>la</strong> soledad, sólo para Él y nada más que para Él.<br />
¿Le permitirían permanecer entre ellos unos días?<br />
Quizá después, una vez confirmada su vocación...<br />
La severa epísto<strong>la</strong>, el evangelio de amor y el<br />
fogoso credo resonaron en <strong>la</strong> nave solitaria. Cuando<br />
el sacerdote levantó <strong>la</strong> hostia, a Felipe le pareció<br />
adivinar una presencia invisible. Ofrecidos el pan