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Nen, la inútil - Alfaguara

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44<br />

lo llevó a embarcarse— lo guiaba en aquel duro<br />

ascenso matutino. Al descubrir <strong>la</strong>s altas ventanas<br />

enrejadas, <strong>la</strong>s gárgo<strong>la</strong>s de agua, los remates góticos,<br />

el corazón le dio un vuelco. ¿No sería ahí<br />

donde, desde siempre, debía haber estado? Los<br />

muros se habían cuarteado y el atrio estaba invadido<br />

de hierbas. Al entrar en <strong>la</strong> capil<strong>la</strong> lo sobrecogió<br />

<strong>la</strong> soledad, con sólo <strong>la</strong> compañía de un gran<br />

Cristo crucificado sobre el altar, tan inclinado hacia<br />

el frente que parecía a punto de caer. El sacristán<br />

se acercó a bisbisarle al oído <strong>la</strong> conveniencia de<br />

que se ubicara en alguna banca trasera, entre <strong>la</strong>s<br />

sombras: su presencia podía perturbar a los oficiantes,<br />

acostumbrados a <strong>la</strong> falta de fieles. ¿Para<br />

quién oficiaban entonces? Felipe obedeció.<br />

De pronto, una fi<strong>la</strong> de monjes encapuchados<br />

apareció junto al altar y se ubicó en los asientos<br />

del coro. El sacerdote inició <strong>la</strong> ceremonia con <strong>la</strong><br />

aspersión del agua. Los del coro entonaron el Asperges.<br />

Las casul<strong>la</strong>s oscuras, con su cruz bordada<br />

en oro, contrastaban con el alba purísima que<br />

vestía el sacerdote, quien un momento después subió<br />

solemnemente <strong>la</strong>s gradas del altar, persignándose<br />

una y otra vez. Los monjes cantaron el Introito.<br />

Luego vinieron los Kiries deso<strong>la</strong>dos, el Gloria triunfante.<br />

Para entonces Felipe se sentía sobrecogido.<br />

Comprendió <strong>la</strong> necesidad que tenían de oficiar en<br />

<strong>la</strong> soledad, sólo para Él y nada más que para Él.<br />

¿Le permitirían permanecer entre ellos unos días?<br />

Quizá después, una vez confirmada su vocación...<br />

La severa epísto<strong>la</strong>, el evangelio de amor y el<br />

fogoso credo resonaron en <strong>la</strong> nave solitaria. Cuando<br />

el sacerdote levantó <strong>la</strong> hostia, a Felipe le pareció<br />

adivinar una presencia invisible. Ofrecidos el pan

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