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que hedía a <strong>la</strong> distancia— encima de el<strong>la</strong>, poniéndole <strong>la</strong>s<br />
puntas de los dedos en <strong>la</strong>s sienes mientras decía casi a<br />
gritos:<br />
—Ea, ya, acudid guardianes de los cinco hados, y<br />
también vosotras, diosas Quato y Caxochi. ¿Quién es el<br />
intruso, hacedor de desgracias, que intenta destruir a<br />
vuestra servidora? Yo soy el que hablo, yo, el príncipe de<br />
encantos y conjuros, por tanto hemos de identificarlo,<br />
sacarlo de el<strong>la</strong> y enterrarlo a él en lo más hondo de <strong>la</strong> tierra.<br />
Al pronunciar <strong>la</strong>s siguientes pa<strong>la</strong>bras, además de<br />
apretar <strong>la</strong>s sienes, el hechicero sop<strong>la</strong>ba un aliento agrio<br />
sobre <strong>la</strong> cara de <strong>Nen</strong>:<br />
—Atiende a lo que te digo, madre mía, <strong>la</strong> de <strong>la</strong><br />
saya de pedrería, acude aquí y resucita a <strong>la</strong> servidora del<br />
señor nuestro.<br />
Después de decir esto, <strong>la</strong> asperjó toda con un<br />
agua he<strong>la</strong>da. Puso unos ojos desorbitados en lo alto, y<br />
susurrando algo entre dientes, como una plegaria muda,<br />
tomó de <strong>la</strong> estera una vasija con tabaco mezc<strong>la</strong>do a una<br />
raíz l<strong>la</strong>mada cha<strong>la</strong>tli. Pronunció un nuevo conjuro:<br />
—Yo, el príncipe de los encantos, pregunto una<br />
vez más dónde está el visitante nefando que quiere destruir<br />
esta cabeza encantada. Ea, ven tú nueve veces golpeado,<br />
nueve veces estrujado —y el médico estrujaba el<br />
tabaco—, que hemos de ap<strong>la</strong>car esta cabeza poseída, que<br />
<strong>la</strong> apacibilidad ha de regresar a el<strong>la</strong>, que <strong>la</strong> colorada medicina<br />
<strong>la</strong> ha de sanar —y agregaba un poco más de<br />
cha<strong>la</strong>tli—. Por ello c<strong>la</strong>mo, invoco al viento fresco para que<br />
<strong>la</strong> ap<strong>la</strong>que de sus dolores. A vosotros digo, vientos: ¿habéis<br />
traído lo que debe sanar<strong>la</strong>?<br />
Durante los primeros días en pa<strong>la</strong>cio continuaron<br />
los conjuros y <strong>la</strong>s curas. Interrogaron <strong>la</strong>s vueltas de su<br />
sangre, le indagaron el pulso, se le metieron al corazón y<br />
por último le dijeron a su padre que el<strong>la</strong> debía permane-