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lia. Le parecía como increíble que sólo por ver lo que<br />
veía estuviera ahí sentada, con todos atentos a sus pa<strong>la</strong>bras<br />
torpes, comiendo lo que sólo <strong>la</strong> gente importante, atendida<br />
por cuatro esc<strong>la</strong>vas con los pechos descubiertos y<br />
los brazos tatuados, quienes le servían agua en una jofaina<br />
para <strong>la</strong>varse <strong>la</strong>s manos antes de <strong>la</strong> comida, lo que el<strong>la</strong><br />
sentía de más lujo.<br />
Ocasionalmente —sobre todo si estaba lo suficientemente<br />
emocionada con lo que veía, o entreveía—<br />
cerraba los ojos y aflojaba el cuerpo, desgajándose; <strong>la</strong>s<br />
facciones se le afi<strong>la</strong>ban, muy pálidas: como si más que <strong>la</strong><br />
necesidad de aire para elevarse, tuviera que echarlo fuera<br />
del todo. Se elevaba muy lentamente, hasta casi un medio<br />
cuerpo, y ahí permanecía un rato, en silencio o hab<strong>la</strong>ndo<br />
como entre sueños. Esto, que el<strong>la</strong> llegó a ver con<br />
naturalidad, le creó una buena fama e hizo más creíble<br />
cuanto narraba. Además, <strong>la</strong> protegió de los hostigamientos<br />
amorosos, tan frecuentes en pa<strong>la</strong>cio, al advertir los sacerdotes<br />
que sus cualidades visionarias sólo serían posibles<br />
si continuaba virgen. Por eso, porque escuchó el valor<br />
que daban a su virginidad, no contó cómo fue que empezó,<br />
desde muy jovencita, a elevarse del suelo, cuando su<br />
hermano —apenas dos años mayor que el<strong>la</strong>— le acariciaba<br />
su tepilli, metiéndole los dedos cada vez más adentro,<br />
entre los sensibles pétalos rosados. Apenas se quedaban<br />
solos —y empezaron a buscar oportunidades para quedarse<br />
solos—, él le desenredaba su cueitl y <strong>la</strong> acariciaba<br />
con unas caricias que se hicieron más suaves y profundas,<br />
afinándose tanto como <strong>la</strong>s propias sensaciones de el<strong>la</strong>.<br />
Primero se le metió en <strong>la</strong> boca, obstinadamente<br />
dura y sel<strong>la</strong>da; le enseñó a entreabrir<strong>la</strong> humedeciéndo<strong>la</strong>,<br />
a sólo quejarse entre dientes, ya con él adentro al introducirle<br />
<strong>la</strong> punta de <strong>la</strong> lengua, a mezc<strong>la</strong>r los besos incipientes<br />
con un solo <strong>la</strong>mento casi interminable. Él apretaba todo