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EL REY DE ESPAÑA<br />
JULIANA CLARO DE FARIA<br />
SÃO PAULO<br />
Cualquiera que pasara por la esquina de la calle Amaniel<br />
con la calle del Noviciado iba invariablemente a encontrarse<br />
con el «Rey de España». Él vivía allá hacía muchos<br />
años, se pasaba los días sentado en la acera cantando, dibujando en<br />
pequeños papelitos que encontraba en el suelo, o diciendo cosas sin<br />
sentido. Juan Carlos, como él se nombraba, era joven, tenía probablemente<br />
poco más de treinta años. Era pelirrojo y pecoso, tenía<br />
la cara redonda y las mejillas muy rosadas. Nunca se duchaba, pero<br />
tenía cierta preocupación con su aseo personal. Pasaba longos ratos<br />
limpiándose las uñas, se afeitaba con regularidad, aunque fuera con un<br />
cuchillo viejo, y se peinaba el pelo largo y rizado muchas veces al día.<br />
No molestaba a nadie, siempre hablaba con las personas y era<br />
muy amable, pensaba vivir en un castillo y a veces daba órdenes a sirvientes<br />
imaginarios, especialmente a una señora de la vecindad, que se<br />
apenaba de él y le traía comida. Él siempre la agradecía y aprovechaba<br />
la oportunidad para hacerle exigencias: «Gracias cocinera, pero<br />
para la cena, no me traiga más pollo, por favor. Quiero cordero. ¡Ah!<br />
Y de postre, dulce de leche». Ella se reía y se iba sin hacerle caso.<br />
Él no permitía que nadie mirara sus dibujos, decía que eran<br />
planes de guerra. A veces se creía que invasores de otros planetas<br />
estaban llegando a España y se ponía muy nervioso, hablaba mucho,<br />
pedía a las personas que no salieran a la calle, convocaba a las Fuerzas<br />
Armadas, exigía que los niños fueran llevados a abrigos nucleares y<br />
que no salieran hasta nueva orden. Cuando tenía esos ataques de<br />
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