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Los ojos empañados de lágrimas reconocí la fantasía y la<br />
imaginación de mi querida tía.<br />
Estábamos a punto de irnos cuando llegó Rafael. Carmen<br />
lo miró fijamente y murmuró: «¡Mi hijo!».<br />
Desde el momento en que mi tía creyó reconocer a su<br />
hijo en la persona de Rafael, nuestra relación tan particular<br />
cambió totalmente. El chico se convirtió en el único objeto de<br />
su atención y su afecto, pero, poco a poco, su obsesión por él<br />
se transformó en una especie de enfermedad mental y la enviaron<br />
a un establecimiento especializado.<br />
Algo se rompió en mí. Una sensación de vacío, de no<br />
estar, de no ser me invadió y pasaron meses sin que pudiera<br />
hablar de ella.<br />
Entretanto me enteré de la tragedia pasada de mi querida<br />
tía. De joven se enamoró de un empleado de su padre, rico<br />
propietario de viñas y un día se encontró embarazada. No<br />
quiso decir la verdad a su familia y se fugó al sur de Francia<br />
a casa de una prima. Allí se resignó a abandonar a su hijo y a<br />
volver a España para proseguir sus estudios pero no pudo olvidar<br />
ni a su hijo ni a su amante. Por eso nunca se casó y se refugió<br />
en el mundo de la infancia inocente que compartía conmigo.<br />
Así tenía la ilusión de que su dolor pasado no existía más. Yo<br />
la conocía así, soltera, libre, extravertida y alegre. No podía<br />
sospechar que en mí ella veía el consuelo de lo que le había<br />
sido arrancado.<br />
Hoy en día tengo veinticinco años. Los acontecimientos<br />
de la vida nos han distanciado llevándonos a mundos diferentes,<br />
pero no me es posible olvidar la felicidad de mi infancia con<br />
mi tía, ni la fuerza de nuestro cariño mutuo.<br />
Todos los domingos la visito en su clínica y cuando hace<br />
buen tiempo bajamos al parque a dar un paseo. En verano, al<br />
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