Cuentos_Dia_E

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inmundos, para empezar su rutina de delincuencia. Todo este mundo repugnante empezaba a agitarse en los callejones nauseabundos de su barrio, donde reinaban el vicio, la pobreza, la prostitución y el crimen en sus formas más bajas. Altitud baja, bajeza social, bajeza de los comportamientos humanos. Vivía en los bajos fondos de Buenos Aires y por tanto de la sociedad. Entre todas las dificultades del día lo peor era sin duda la humedad permanente debida a la alcantarilla y al agua estancada. Era por eso que la gangrena roía todos sus miembros. Un recuerdo de un grupo de tunantes que habían bebido demasiado y que le habían dado algunas puñaladas. Aquí la menor herida no cicatrizaba y se infectaba. Desde hacía algunos días ya no podía caminar y se pudría en su tubo, las piernas ya no respondían pero lo hacían sufrir horriblemente, como su brazo izquierdo. Ya ni siquiera podía arrastrarse a un lugar donde mendigar. No sabía desde cuando no había comido ni visto un trozo de cielo. Sus fuerzas lo abandonaban, la fiebre lo ganaba y le quemada el cuerpo. Tal vez fue ella quien le hizo ver aparecer un crótalo, un animal que solo vive en el desierto. Curiosamente no tuvo miedo, le pareció simpático. El animal se paró a unos centímetros de él, le miró fijamente como si quisiera hablarle y se fue. Esta aparición le había hecho bien. Le parecía que la humedad se difuminaba, aún no sentía sus miembros pero ya no lo hacían sufrir. Cerró los ojos y se dejó ir. Más tarde, mientras se sentía cada vez mejor, oyó voces alrededor. Intentó abrirlos pero su cuerpo ya no le obedecía. Los dos empleados de los servicios sociales de la ciudad que acababan de llegar no vieron una mígale salir del tubo sobre sus cinco patas. Había terminado con su sufrimiento. Santiago no pudo oír sus palabras: «Pobre chico, ¡mira sus miembros, Virginia! Con una gangrena así es como si ya no los tuviera». «Ya no hay pulso, Diego, ¿cuál es la morgue de guardia en estos bajos fondos?». El sol ya se levantaba sobre la Piedra del Coyote en el desierto de los altiplanos de Atacama. | 30 |
SEGUNDO FINALISTA Edward O’Reilly
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