Los zarpazos del puma - Archivo Chile
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"Mario participaba activamente en el gobierno de la Unidad Popular. Era un<br />
militante consciente, entregado a su causa. Cuando el gobierno le pidió<br />
colaboración, solicitó permiso en la Universidad y se dedicó a formar Manesa.<br />
Trabajó duro para poner en marcha la empresa y, en 1973, volvió a concursar<br />
para recuperar su cátedra en la Universidad. Alcanzó a hacer clases antes <strong>del</strong><br />
golpe y mantuvo su cargo en Manesa mientras se buscaba al reemplazante.<br />
"Adoraba la docencia, adoraba estar en contacto con jóvenes, con la gente. Era<br />
autor de libros de Educación: Didáctica de la Educación; Panorama de la<br />
Educación; etc. Era un hombre brillante. En vísperas <strong>del</strong> once, el clima era<br />
odioso en La Serena. La gente de Patria y Libertad hostigaba mucho a la gente<br />
de Izquierda. Pero Mario era tan dulce, tan afable, tan comunicativo, que lograba<br />
que a su alrededor hubiera un ambiente bueno. Era carismático y era bello.<br />
"Ese día 11 de septiembre él me llevó, como todos los días, a las ocho de la<br />
mañana, a la escuela donde yo hacía clases. No supimos que había golpe.<br />
Cuando me lo dijeron, no podía creerlo y lo primero que se me ocurrió hacer fue ir<br />
a ver al Intendente Rosendo Rojas. No alcancé a cruzar con él unas pocas<br />
palabras, cuando entró el comandante Ariosto Lapostol, para detenerlo.<br />
"Logré pasar entre los militares con casco y salí <strong>del</strong> edificio. Partí al departamento<br />
y me encuentro con Mario, que me andaba buscando. Me pidió que me quedara<br />
en la casa, que él tenía que volver a la industria porque no podía dejar a los<br />
obreros solos. Yo me negué y partí con él. La verdad es que siempre quise<br />
acompañarlo y en el partido decían que yo era más ramirista que socialista. Es<br />
que era un hombre maravillosos, que me hizo conocer tantas cosas bellas, que me<br />
dio dos hijas preciosas... ¿Qué otra cosa podía hacer?<br />
"En el gran comedor de la industria, Mario reunió a todos y, como el toque de<br />
queda iba a comenzar como a las dos o tres de la tarde, les pidió que se fueran a<br />
sus casas. El anunció que se quedaba, junto con el encargado de Seguridad, el<br />
compañero Crovaris. Yo lo veía doloroso y sufriente. No sabíamos qué pasaba<br />
en Santiago y veíamos a la gente con mucho temor, tanto que todos partieron a<br />
sus casas sin oponerse. Mario me pidió que me fuera a la casa <strong>del</strong> abogado<br />
Gustavo Rojas, cuya esposa era ministro de la Corte, con las dos niñas. Mario<br />
durmió en la empresa esa noche.<br />
"En los días siguientes, siguió yendo a la empresa. El 17 de septiembre, el<br />
comandante Lapostol llamó a todos los jefes de servicios y empresas públicas<br />
para pedirles la entrega de los cargos. Mario lo hizo y siguió yendo sólo a la<br />
Universidad. Recuerdo que Mario dormía vestido, no podía entender cómo todos<br />
sus amigos y compañeros estaban presos y él no. Se sentía mal, no comprendía<br />
estar libre, entendía que su deber era estar con todos ellos. Ni se nos pasó por la<br />
mente venirnos a Santiago y menos buscar asilo. ¡No!<br />
"El día 27 de septiembre, tocaron a la puerta como a las ocho de la mañana.<br />
Venía un funcionario de Investigaciones de apellido León, acompañado de otro:<br />
* - Don Mario, buenos días. Queremos que se presente en Investigaciones, dijo<br />
León.<br />
* - De acuerdo. ¿Debo acompañarlos o puedo ir, por mi cuenta, en un momento<br />
más?<br />
* - Ningún problema. Vaya usted, por favor, cuanto antes - dijo León y se<br />
despidió.<br />
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