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Los zarpazos del puma - Archivo Chile

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sabía. Me desesperé porque se contaba que el trato en el regimiento era horrible,<br />

que los colgaban de las piernas, los hundían en baldes de excrementos.<br />

"Me fui caminando por la calle, la gente me saludaba y yo iba como autómata.<br />

Esa noche, el pololo de Ana María se fue a su casa poco antes <strong>del</strong> toque de<br />

queda. Allá sabían de las ejecuciones y decidió volver corriendo. Nada dijo. Sólo<br />

que venía a acompañarnos. Pero a mi hija sí se lo dijo y ella decidió ocultármelo.<br />

La niña me dijo que quería dormir conmigo esa noche. Yo la sentí inquieta y como<br />

tiritando toda la noche. Pero no imaginé nada de lo que pasaba.<br />

"Al otro día, muy temprano, llegaron unos amigos y me dicen que Mario estaba<br />

muerto. Recuerdo que mi primera reacción fue correr como loca por las escaleras<br />

y gritar, gritar, en la calle. No supe más de mí. Llegó de Santiago toda mi familia<br />

a los funerales... y nunca hasta ahora ha podido haber funerales.<br />

"Yo me bloqueé. Estaba muy mal. No podía creerlo, no aceptaba que me dieran<br />

el pésame. No había visto su cuerpo. Me dieron muchas pastillas y creo que<br />

dormí y dormí. Las niñas, que eran muy regalonas de su padre, quedaron muy<br />

mal. A una de ellas la encontré botada en el parque <strong>del</strong> edificio, lloraba y veía a<br />

su padre en un avión invisible en el cielo. Tuve que someterla a un tratamiento<br />

especial.<br />

"Mis hermanos - uno de ellos abogado y otro, ex oficial de Carabineros - hicieron<br />

gestiones. Se habló con el fiscal Cazanga, quien explicó que había llegado una<br />

comitiva de Santiago y ellos no eran responsables. Pero mi pregunta es quién dio<br />

los nombres para que esos - y no otros - fueran fusilados.<br />

"Mi familia, después, me rogaba que me viniera a Santiago, para rehacer nuestra<br />

vida. Yo no podía trabajar en ese estado y tuve que acudir al único siquiatra de La<br />

Serena para someterme a tratamiento y obtener permiso médico. Recuerdo que<br />

ese siquiatra me dijo que Mario era responsable de lo que había pasado, que no<br />

me preocupara más porque yo era joven y muy pronto iba a poder rehacer mi vida,<br />

que me podía casar de nuevo. Me dolía cada palabra, pero yo estaba tan mal que<br />

lo dejaba hablar e incluso comencé a aceptar lo que había pasado. Hoy recuerdo<br />

a ese siquiatra como un criminal. Formaba parte de todo un esquema en que se<br />

buscaba que uno aceptara resignadamente lo sucedido.<br />

"Recién pude ir al Cementerio el 24 de diciembre. Fui a una tumba donde me<br />

dijeron que los habían enterrado. Recuerdo que llevé una tarjeta de Navidad y la<br />

enterré junto a esa tumba. Pero, por otro lado, seguía pensando que podría ser<br />

un error, que estaba en la cárcel incomunicado. Poco después, de la Dirección de<br />

Educación me ofrecieron traslado al lugar que yo eligiera. Claramente yo era<br />

molesta en La Serena. A fines de enero <strong>del</strong> 74, me vine y trabajé en Santiago<br />

hasta el 86".<br />

Pasaron tres años antes que Hilda pudiera romper su bloqueo, pudiera superar el<br />

terror de que también mataran a las niñas. "Tenía tanto miedo que cuando me<br />

vine a Santiago, mi hermana me pilló una noche leyendo en el baño. Yo me había<br />

acostumbrado, en La Serena, a apagar las luces de la casa y encerrarme en el<br />

baño como el único lugar seguro". Recién en 1977 comenzó a saber de las otras<br />

familias: "Con el doctor Peña, Josefina Santa Cruz y otros - ocho familias en total<br />

- fundamos la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos en 1978. Abrimos<br />

un registro en la Vicaría de Solidaridad y dimos a conocer interiormente los casos.<br />

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