Los zarpazos del puma - Archivo Chile
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Así fue hasta que, en 1985, la acción tenaz de la abogada Carmen Hertz logró que<br />
todo explotara públicamente".<br />
Dos años más tarde, el 87, le dijeron que era el último año para presentar la<br />
querella por homicidio, ya que el <strong>del</strong>ito prescribía a los quince años: "Decidí<br />
presentarla en La Serena el mismo día, el 16 de octubre. Quería ver en el diario<br />
"El Día" <strong>del</strong> 17 de octubre la noticia de la presentación de la querella, tal como ese<br />
día de 1973 trajo la noticia de las ejecuciones. Me sentí tan aliviada cuando lo<br />
hice. Me dije: Hilda, ahora descansa tranquila porque ya lo hiciste. Sé que hay<br />
que seguir luchando, pero ya cumplí una parte importante de mi deber".<br />
La versión de estas tres mujeres - una madre, una esposa y una hermana - nos<br />
deja una pregunta resonando en la conciencia: ¿Por qué? ¿Por qué fue<br />
necesario, para quienes aparecían ostentando todo el poder, matar a estos quince<br />
prisioneros fuera de todo proceso legal? ¿Sólo fue un "escarmiento" para la<br />
Izquierda de la zona? ¿O se requería endurecer aún más la mano militar de la<br />
región?<br />
La respuesta para el caso de La Serena había que buscarla con el comandante<br />
Lapostol y el propio general Arellano.<br />
****<br />
El general Sergio Arellano Stark - a través de su vocero autorizado - afirmó que<br />
"en La Serena se habían dictado tres condenas a muerte para los prisioneros<br />
Roberto Guzmán Santa Cruz, Manuel Marcarian y Carlos Alcayaga. Recuerdo<br />
que mi padre, antes de partir al viaje al norte, comentó que esas condenas a<br />
muerte eran lo más ingrato de su misión. El hecho es que él reconoce que no se<br />
opuso a esas condenas a muerte porque en la redacción de las sentencias habían<br />
participado auditores de Santiago y eran sentencias técnicamente bien hechas,<br />
con catorce a quince consideraciones cada una".<br />
De lo ocurrido en La Serena "el general Arellano, mi padre, se enteró sólo al volver<br />
a Santiago. Más aún. Salió de La Serena sin dudar siquiera de que sólo serían<br />
fusilados tres prisioneros. Ni siquiera se preocupó de si la sentencia se iba a<br />
cumplir estando o no él en la ciudad. Un mínimo sentido político y práctico debió<br />
indicarle que ordenara las ejecuciones después de su partida. No lo hizo".<br />
Así - afirmó tajantemente el vocero autorizado <strong>del</strong> general Arellano - "no fue su<br />
responsabilidad la ejecución de los otros doce presos. De ellos debe informar el<br />
comandante Lapostol, autoridad en la zona al momento de los hechos, si bien<br />
nosotros estimamos que no tuvo responsabilidad en lo ocurrido".<br />
Cuando lo sucedido se hizo público - doce años más tarde - el abogado Sergio<br />
Arellano Iturriaga buscó el texto de dicha sentencia en los archivos de la justicia<br />
militar: "Me encontré con que, al final de la sentencia a muerte para esos tres, se<br />
agregó algo así como "asimismo se condena a muerte..." y se pusieron doce<br />
nombres más. Pero mi padre sólo vio el primer texto y yo vi el agregado que<br />
pretendió arreglar el entuerto de la masacre. Además, a mano, quedó constancia<br />
de que otra persona había muerto "al ofrecer resistencia" a un guardia. Ese<br />
agregado tiene una "mosca" (un diminutivo de firma, ilegible) que impidió que<br />
dicha sentencia, con tanto agregado, fuera firmada por el juez militar de La<br />
Serena, el comandante Lapostol. Así, esa sentencia no se firmó jamás, quedó<br />
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