Portada codo trazado - Ayuntamiento de Granada

Dorothea Lange: Parte de una familia.
Memphis, 1937
Anónimo: Dos mujeres con un bebé.
Australia, 1910
ces cuando aparecen las poses, que son la clara manifestación del tinte teatral que
tiene la imaginería fotográfica. Mucho de simulacro hay en todas ellas, mucho de vida
imaginaria, mucho de pasado perfecto.
Junto al simulacro, sin embargo, se cuela siempre la realidad fijada tal cual se
veía: un pantalón mal planchado, cualquier mancha, una mueca, un guiño, una
broma; una niña que se mueve en el peor instante, alguien que no logró llegar a
tiempo y deja su ausencia, un aire descarado que levanta una falda para siempre.
Así nos veremos, irremediablemente como somos, imperfectos y temporales, a veces
con la cara indefinida aún de los adolescentes, a veces con el gesto seco, a veces
dormidos, nerviosos, atentos, airados, a veces desconocidos y, a veces también,
“verdaderamente” sonrientes.
Por otro lado, cuando analizamos qué querían mirar aquellas gentes, qué querían
guardar en sus imágenes, para qué se usaban las copias y por qué se instauraron
unos estilos concretos en el arte fotográfico, la fotografía actúa como “espejo”. A
través de ella podemos observar el ojo de los fotógrafos, su mirada, repleta como la
nuestra de convenciones, lugares comunes, teorías acerca de la realidad. Queremos
fotografiar lo que nos parece extraordinario, lo que nos parece bello, lo que parece
merecedor de eternidad, sin sospechar siquiera que todo esto cuenta nuestra
propia historia como seres humanos y, elocuentemente, va a relatar a todo el que
indague en nuestras imágenes cómo somos, cómo interpretamos la realidad, cómo
elegimos un encuadre y cómo desechamos todo lo que no nos interesa.
La fotografía también nos previene contra la estupidez, porque nos recuerda
que otros pensaron lo que nosotros pensamos, que otros vivieron lo que nosotros
hemos vivido y que otros cambiaron igual que nosotros cambiaremos. Si es
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