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NARRATIVA E IDENTIDAD HISPANOAMERICANAS 31<br />
pues desde entonces el centralismo de la Ciudad de México se manifestaba en<br />
todos los niveles (nótese cómo el título del vocabulario de Lizardi alude indistintamente<br />
a “voces provinciales” o de “origen mexicano”).<br />
Por medio del análisis del “Pequeño vocabulario” pueden deducirse varios<br />
puntos. Entre ellos destaca el hecho de que algunas voces usadas en El Periquillo<br />
Sarniento no se registran en ese vocabulario, aunque después hayan sido<br />
catalogadas como mexicanismos; así sucede con palabras como “cursiento”,<br />
“mosquearse” y “paparruchada”, ausentes de ese anexo de la novela, aunque la<br />
primera aparece como mexicanismo en el vocabulario de Joaquín García Icazbalceta<br />
y las tres palabras están en el Diccionario de mexicanismos de Francisco<br />
J. Santamaría. En cambio, otros términos de la novela se consignan tanto en la<br />
lista de Lizardi como en la mayoría de las compilaciones de mexicanismos, por<br />
lo que no habría mayores dudas respecto de su carácter nacional. Pero tal vez<br />
desde un punto de vista literario podría considerarse superflua la inclusión de<br />
algunas de ellas en el “Pequeño vocabulario”, ya que el relato mismo proporciona<br />
una clave directa para su comprensión; v. gr. cuando el texto aclara explícitamente<br />
el significado de “chichigua” en este pasaje: “a darme nodriza, o<br />
chichigua como acá decimos” (Fernández de Lizardi 1982: t. I, 48), con lo cual<br />
el lector deduce de inmediato la sinonimia entre la palabra castiza “nodriza” y<br />
la voz nahua “chichigua”. Por otra parte, la frase deíctica “como acá decimos”<br />
marca con claridad el deseo autoral de construir su obra teniendo en mente<br />
un doble registro verbal: tanto el de España como el de México. Esto conduciría<br />
a plantearse una pregunta central: ¿para cuál de las dos orillas del Atlántico<br />
escribe Fernández de Lizardi Considero que para ambas, ya que intenta<br />
conjuntar las expresiones mexicanas y las castizas, de tal modo que ninguno<br />
de los dos probables grupos de lectores se pierda frente a su texto.<br />
Entre las virtudes del autor está su habilidad para construir una imagen<br />
artística de México atendiendo a la enorme diversidad social del naciente país<br />
y, sobre todo, por medio de una lengua literaria que asimila las inflexiones de<br />
carácter coloquial. De este modo, si por un lado la novela critica sin piedad<br />
los hábitos ortográficos de la época, y con ello en su afán didáctico peca un<br />
tanto de “normativa”, por otro despliega una sorprendente capacidad para<br />
construir personajes que se diferencian por rasgos particulares de su habla<br />
ajenos a la norma culta de la lengua. En general, Lizardi otorga a sus protagonistas<br />
un registro verbal coherente con sus orígenes sociales. Al inaugurar una<br />
tradición literaria mexicana intermitente pero a la vez continua (y cuya culminación,<br />
más de un siglo después, será la espléndida obra de Juan Rulfo), él<br />
coloca a sus personajes narrando directamente sus peripecias, mediante un