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NARRATIVA E IDENTIDAD HISPANOAMERICANAS 37<br />

imprescindible para que el texto culmine con el relato más significativo. Apenas<br />

consumado el sacrificio del toro en medio de la exaltación colectiva, alguien<br />

percibe en lontananza una imagen extraña a ese medio:<br />

Mas de repente la ronca voz de un carnicero gritó: —¡Allí viene un unitario!—<br />

y al oír tan significativa palabra toda aquella chusma se detuvo como<br />

herida de una impresión subitánea.<br />

—¿No le ven la patilla en forma de U No trae divisa en el fraque ni luto en<br />

el sombrero.<br />

—Perro unitario.<br />

—Es un cajetilla.<br />

—Monta en silla como los gringos (Echeverría 1986: 108).<br />

Y la cascada de improperios, que delatan prejuicios políticos derivados de<br />

diferencias de clase, continúa. Más allá de las evidentes posturas ideológicas,<br />

los insultos endilgados contra el joven representan una mentalidad popular<br />

dicotómica, según la cual la otredad siempre implica lo extraño o lo extranjero,<br />

por lo general amenazantes. Así, de las injurias contra la filiación política<br />

del joven (no simpatiza con los federales porque lleva patilla en forma de<br />

U, no trae la divisa color punzó de ese bando, ni guarda luto por la viuda de<br />

Rosas), se pasa a los calificativos que aluden a una forma de vida (es un “cajetilla”,<br />

es decir, alguien muy atildado en su forma de vestir) o a unos orígenes<br />

(monta a caballo como gringo [extranjero] y no como criollo). Previsiblemente,<br />

la anécdota de la persecución y ejecución del toro se repetirá, mutatis<br />

mutandis, en este joven, quien es atrapado por Matasiete, el matarife más famoso<br />

entre el populacho, y luego sometido a múltiples vejaciones hasta que<br />

muere arrojando sangre a borbotones por la boca.<br />

En el momento en que empieza la descripción del sufrimiento del joven,<br />

el tono del texto cambia notablemente. En primer lugar, el narrador acude a<br />

frases hechas, semejantes a las usadas desde una concepción vulgar de la literatura<br />

que, no obstante, se siente a sí misma elevada, como: “Era éste un joven<br />

como de veinticinco años, de gallarda y bien apuesta persona […]” (Echeverría<br />

1986: 109), “Atolondrado todavía, el joven fue, lanzando una mirada de<br />

fuego sobre aquellos hombres feroces […]” (109), “Sus ojos de fuego parecían<br />

salirse de la órbita […]” (111), etcétera. Asimismo, desaparece el sutil y logrado<br />

tono irónico previo, el cual es sustituido por enunciaciones del narrador<br />

que revelan iracundia, como ésta: “¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los<br />

federales! Siempre en pandilla cayendo como buitres sobre la víctima inerte”

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