VE-09 ENERO 2015
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José Arcadio sentía fluir la adrenalina en sus venas y exaltado<br />
hacía acopio de todas sus fuerzas hasta que conseguía que los<br />
barrotes de hierro que estaba firmemente soldados a la base, en sus<br />
manos parecían arcilla húmeda que podía moldear a su antojo,<br />
mientras que entre el público no se oía más que la respiración<br />
contenida.<br />
Cuando lograba pasar a través del hueco que había abierto, la<br />
carpa estallaba en vítores y aplausos, en admiración y envidia. Él<br />
simplemente sonreía.<br />
Una mañana en el último de sus desplazamientos sintió un<br />
extraño olor que le inundó las fosas nasales. Ignorando lo que era, se<br />
acercó más al acantilado y se quedó tan fascinado con el color<br />
plateado de la mar en movimiento, como cuando su padre descubrió<br />
por sí mismo que la tierra era redonda. En ese momento, una idea le<br />
vino a la mente sin saber que había sido marcado desde el mismo<br />
momento en el que fue engendrado con el propósito de ser el único<br />
de su estirpe que diera la vuelta al mundo sesenta y cinco veces.<br />
Marisol Santiso Soba (Madrid)<br />
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